Gracias a esa mirada serena, Blanca puede echar la vista atrás sin sentir ningún escalofrío. No es olvido ni inconsciencia. Recuerda nítidamente las burlas cuando llegó al colegio con sus primeros audífonos. Lo que sucede es que ha aprendido a relativizar el pasado, a usar las malas experiencias para fortalecerse.
“Me hace mucha gracia cuando se habla de la ternura de los niños. Conmigo fueron muy crueles mis compañeros de clase. No todos, claro. Siempre hay alguno que se pone de tu parte. A veces mis audífonos se convirtieron en el centro de una especie de guerra civil”, comenta Blanca.
“De aquel entonces la expresión que más me hería era la de sorda y gorda. Con los años me he estilizado bastante -explica-, aunque fue una época en la que me sobraban unos kilos. Entonces me hacía mucho daño, pero procuraba que no se me notara”. Sin embargo todo termina por normalizarse, hasta la diferencia, y pasada una temporada las bromas cedieron en gran parte.
Blanca es una persona introspectiva, con cierta propensión a la melancolía. Sin marcada tristeza, pero con un poso que le impide sacar a relucir su sonrisa con frecuencia. Ha pensado mucho sobre ello y no logra llegar a una conclusión: “Sé que parte del carácter tiene que ver con la genética, pero también influye el ambiente. Yo me volví más desconfiada cuando empecé a tener problemas de audición. La respuesta de mi entorno en el colegio no ayudó nada. Nunca he sabido hasta qué punto podría comportarme de otra manera si no fuera… sorda. Me cuesta usar esta palabra”.
En aquellos tiempos ella se sinceraba con un diario. Era su confesor, su cómplice, su pañuelo de lágrimas, su billete a un mundo más amable. Sonríe, ahora sí, cuando lo rememora.