Es lo habitual. Comenzar el año con buenos propósitos: cuidarse con las comidas, hacer deporte, enfadarse menos, demostrar más los afectos. En su caso tiene otra tarea por delante: dejar de inmiscuirse en algunas parcelas de la vida de su madre. No lo puede evitar. Es una especie de afán protector. Se muere de ganas por dar el visto bueno a todas las amistades de su madre.
Raquel es así. Tiende a proteger a los suyos. Aunque sabe que su madre no lo necesita en exceso. Cuando empezó a perder audición le dio por cerrarse, no salía y estaba bastante triste. Desde que se puso los audífonos es una persona nueva. En el fondo le divierte ver cómo se arregla para salir con su grupo, al teatro, al cine o a bailar. Raquel imagina que igual hasta tiene un novio. Es una sensación contradictoria. Su padre hace tiempo que no está con ellos. Y le sume en la nostalgia acordarse de él. Pero, por otra parte, le alegra que su madre mantenga, a sus años, la ilusión.
Ella se hace muchas veces la pregunta: ¿Si mamá oyera bien estaría tan pendiente de sus posibles relaciones sentimentales, de quiénes son sus amigos? Pero no tiene clara la respuesta. Intuye que preocuparse de los allegados es lo más natural. Aunque también piensa que desde que detectaron que su madre había perdido capacidad para oír se sintió en la necesidad de brindar su protección.
Su madre es lo bastante independiente como para reclamar la ayuda de Raquel o de su otra hija. Está feliz de tener un círculo amplio de amistades, de poder seguir disfrutando.