Pedro está francamente asustado. No es de las personas que acostumbren a evitar enfrentarse a los problemas. Pero de todos los contratiempos que se atrevía a vislumbrar, jamás imaginó que podía quedarse “sordo”. Esa palabra empezó a deambular por sus pensamientos: “Me estoy quedando sordo. ¿Y cómo voy ahora a convencer a mis clientes?”. Su futuro profesional le atormentaba.
La cita con el otorrino estaba fijada. Y en su cabeza dos ideas enfrentadas. Por un lado, un deseo tremendo de que el tiempo corriera para saber definitivamente por qué estaba dejando de oír bien. Por otro, el miedo a un desenlace negativo, a que el diagnóstico constituyera una mala noticia, el aviso de que su estilo de vida podría cambiar por completo. En cualquier caso, no descartaba pedir una segunda opinión. De hecho, estaba consultando a algunos amigos por si conocían a algún especialista de referencia.
En el horizonte, la reunión anual de la empresa con los account manager de toda España. Considera que es mejor para él que sea en Madrid porque así no tiene que desplazarse y evita gestiones. Y le ha dado por imaginarse que acude con sus audífonos nuevos. Nadie le ha dicho que esa sea la solución. Pero él está convencido de que es una posibilidad con mucho porcentaje
Decidió posponer su visita al otorrino. Ya salvaría su papel en la convención con buenas artes. No tenía que intervenir. Solo saludar mucho y sonreír. Era el límite de su nueva vida. A partir de ese momento aceptaría lo que tuviera que venir y lo que le planteara el médico. Había algo que le hacía sonreír todavía: si tiene que ponerse audífonos, que sean de diseño. “La elegancia ante todo”, bromeaba consigo mismo.