Cuando empezó a salir con Adela, Benito era un auténtico ignorante sobre el mundo de la sordera. “Ahora me da vergüenza recordar algunas de las cosas que imaginaba —explica—, pero afortunadamente gracias a ella me liberé de prejuicios y empecé a tener información de primera mano. Cuando comienzas una relación no sabes lo que va a deparar la vida. Pero yo tenía intención de formar un proyecto de vida con Adela. Tenía que saber entonces todo sobre su discapacidad auditiva y las ventajas e inconvenientes de los audífonos”.
Lo que más le preocupaba en un primer momento de su noviazgo, aunque tardó en verbalizar su angustia, era la posibilidad de que si tenían hijos ellos pudieran presentar algún problema de audición, como su madre: “Me resultó muy difícil planteárselo. Me agobiaba la respuesta. Primero por el temor a la contestación. También podía no saberlo a ciencia cierta. Adela tiene muy buen humor. A veces hasta demasiado. Se ríe de todo. A cualquier situación le puede sacar un chiste”.
Y eso es lo que hizo. Reírse. Mucho. Y plantearle a Benito que si eso era una manera indirecta de pedirle matrimonio. Adela se explicó: su “problema” no era genético ni hereditario. Benito respiró aliviado. La relación siguió su curso y la familia amplió su número con el nacimiento de su hijo Carlos.
El niño creció con normalidad y buena salud. Los audífonos de su madre eran parte natural del día a día. Tanto Benito como Adela han inculcado a su hijo valores de solidaridad, generosidad y sobre todo respeto. Desde casi bebé en casa siempre le han hablado de inclusión, de normalidad, de que los diferentes son personas con otras capacidades a las que hay que tratar como a todo el mundo.