Tiene su guasa, pero siempre conviene no precipitarse hasta salir de dudas. Lleva unos días Ricardo recordando las anécdotas de su abuela Ramona, sobre todo las referidas a su sordera. Y de ahí a su padre. Que ahora lleva audífonos para limitar el efecto de la pérdida de audición asociada a la edad. No hay más casos en la familia. Y de la abuela apenas tiene memoria, salvo las historias una y mil veces repetidas.
Está desorientado, un poco confuso y todavía no lo ha comentado en casa. En el trabajo está perdiendo un poco la onda. Le cuesta seguir las conversaciones. Lo achaca al estrés, a la amenaza de más despidos. Así es difícil concentrarse. Pero sospecha que hay algo más.
Siente entre vergüenza y debilidad. No sabe desde cuándo le sucede, pero necesita subir el volumen para enterarse bien de lo que alguien dice en la televisión. Pero si hay más gente lo deja como está. Le da apuro manifestar cómo se siente. Lo que no sabe es hasta cuándo podrá seguir disimulando, si es pasajero, si puede ir a peor, si solo son imaginaciones suyas. No está atravesando precisamente sus mejores momentos personales. Todo se junta, todo pasa factura.
Le falta tomar la decisión. Pedir cita. Hacerse una revisión. Y así sabrá si son fabulaciones o necesita ayuda de algún tipo. No quiere anticipar. No se ve con audífonos. Aunque ahora son bastantes discretos. Pero no quiere todavía enfrentarse al especialista. Sabe que de seguir así no le queda otro remedio. Todavía quiere ganar tiempo. Comprende que es un error y que tarde o temprano tendrá que tomar una decisión.