¡Qué largo se hace el tiempo en un taxi! A pesar de que la velocidad en que transcurre es igual que el resto de momentos de nuestra vida, los segundos en el asiento trasero del coche, vigilando bien el recorrido y con la clara certeza de que la comunicación es complicada, se vuelven una eternidad.
Las personas sordas, a diferencia de las oyentes, no gozan de una gran facilidad a la hora de relacionarse con los taxistas porque, para empezar, los taxistas están mirando necesariamente hacia adelante y la lectura labial se hace imposible, por lo que la comunicación es inviable.
Sin embargo, hay estrategias que surgen de la experiencia y que ayudan a hacer frente a esta clase de situaciones embarazosas. Toda precaución es poca, sobre todo si el riesgo a correr son unos euros de más que te podías haber ahorrado.
En primer lugar, a la hora de parar un taxi, la tradición española reza que los clientes se sitúan en los asientos traseros. Digo “la tradición española” porque hay lugares del mundo (Centroamérica, por ejemplo) donde lo habitual es que el cliente esté de copiloto, aunque no se ocupen todas las plazas.
Por mi experiencia, que en este plano no es poca, no suele haber problema cuando, al parar un taxi, se le pregunta al conductor si, por favor, podemos situarnos de copiloto, porque no “puedo oírle bien”. Esta sugerencia cumple un doble propósito: anunciar que el cliente tiene dificultades auditivas y mostrar parte de la solución al fallo comunicativo.
Una vez solucionado el asunto de, al menos, leer los labios de perfil y no ver tan sólo la nuca de nuestro conductor, nos enfrentamos al gran paso de indicarle el destino. Aquí la tecnología presenta un progreso importante y nos plantea muchas opciones. Por una parte, podemos investigar antes en nuestro Smartphone cuál es la ruta más rápida, gracias a aplicaciones que funcionan como GPS.
Este punto nos da seguridad para conocer por dónde nos está llevando nuestro conductor, y si su GPS nos quiere dar alguna vuelta de más o no. Desde hace algún tiempo, es recomendación que los taxistas pregunten “¿y por dónde quiere que le lleve?” pero, si no lo hacen, también podemos tomar nosotros la iniciativa.
Lo peor que puede pasar es que aún no tengamos un Smartphone y tengamos que fiarnos de su GPS que, por otra parte, no funcionan del todo mal. Otra opción, si conocemos el camino y para evitar que sean ellos quienes establezcan los inicios de la conversación, es un afable “no se preocupe que yo le indico” e ir actuando, aunque con una voz más humana, como si fuéramos nosotros el GPS.
Para atascos, obras, poyetes de seguridad que impiden el paso o cortes policiales, ya tendremos que echar mano de la advertencia del comienzo, la de que no oímos bien, para hacer frente a posibles intercambios comunicativos necesarios. El conductor, ya advertido, lo más probable es que gire la cabeza hacia el asiento del copiloto cuando no obtenga respuesta y voilà, ahí tenemos los labios tal y como los queremos: de frente y a corta distancia.
Otras personas que yo conozco, optan por sentarse detrás del conductor para poder leer los labios a través del espejo retrovisor; algunas tratan de evitar el comunicar que no oyen bien y otras lo dicen mientras ocupan el asiento.
A la hora de pagar, muchas personas con discapacidad auditiva actúan de forma similar en estas situaciones, por pereza o por prisas, y entregan dinero de más. Esto, en un taxi, no es tan problemático, ya que tienes el taxímetro como referencia visual o puedes solicitar la factura y pagar céntimo a céntimo, con todas esas monedas que las personas sordas acumulamos por evitar la desidia de preguntar más veces que qué le debo, que cómo dice, que cuánto dice que cuesta, etc.
Aunque a veces el horizonte de barreras comunicativas nos impide ver y saborear la realidad, hoy en día las cosas están pensadas para casi todo el mundo. Y la simple reincidencia dota a las personas de recursos y ayuda al resto de la sociedad a entender lo necesario que es aplicar el extendido principio de open-mind, es decir, “abrir la mente” a nuevas ideas, opiniones y comportamientos para promover el confort y el sosiego. Aviso para navegantes inexpertos: el open-mind es contagioso.
No voy a entrar en el debate de cuando el ostracismo impide abrir la mente. Lo llamo “ostracismo” para no volver a decir “estigma”. Sólo me mantendré en mi tesis: no es productivo echar la culpa a quien no sabe cuando quien de veras es experto en la materia de la sordera (las personas sordas, para más señas), no es capaz de comunicarlo. Es cansado, aburrido y pesado, pero la desconfianza es, a veces, lo que hace que paguemos más en los taxis. O fuera de ellos.
Hola, te sigo ahora mismo, espero que me sigas de vuelta, gracias
Noelia