La calma que te aporta que los de tu alrededor conozcan la deficiencia auditiva que uno tiene es mejor que cualquier técnica antiestrés de las que hablábamos en el post anterior. Es verdad, no obstante, que las políticas de actuación de los allegados que conocen nuestro problema no son de lo más acertadas, pero con paciencia, convivencia y compenetración se consigue un tono de voz y una actitud adecuada a las necesidades de cada persona.
No hay más satisfacción personal para una persona con problemas auditivos que alguien de su entorno se adapte a sus necesidades especiales. Que se sitúe en el asiento del autobús sabiendo que está pegado a tu “oído fuerte”, que te hable claro y alto, que te facilite el sitio de alto contraste para poder leer los labios con total facilidad, que se pare a contarte lo que te has perdido. Conocerle es el mejor regalo que le pueden hacer a una persona sorda, conocer sus manías, sus necesidades y todas las cosas que, dentro de un lenguaje irónico y sarcástico, podríamos denominar “pijaditas de princesa” pero que, en realidad, es algo vital para la supervivencia emocional de la persona sorda.
Son detalles, tonterías que no se pueden dejar atrás. Que son necesarias. Por eso, cuando la familia y los amigos ponen toda la carne en el asador para hacer más llevadera y natural la comunicación, se crea un vínculo de dependencia difícil de comprender. Es muy fácil, de hecho, acomodarse a la comodidad. Y aunque a las personas sordas nos parezca que esta ayuda que se nos brinda es lo justo, lo normal, lo que nos merecemos y que así debería ser siempre, también hemos de valorar el gran esfuerzo de empatía que se gastan nuestros allegados: no sé yo si soy capaz de hacer lo mismo por los demás de lo que lo que hacen por mí: tengo mis dudas.
El factor familiar es un cuchillo de doble filo: por una parte aporta la calma necesaria, basada en el conocimiento y estudio exhaustivo de cada uno; y por otro lado, se enfrenta a una situación de culpabilidad que no debe nunca superar ciertos límites. No se puede culpar al mundo que rodea a uno de que las palabras “pela” y “pera” se parezcan mucho; no se puede fustigar a un hermano porque estemos pasando cerca de una apisonadora y el ruido aísle cada comentario; no podemos caer en la infantil reacción del pataleo verbal cuando en la mesa de la comida no se respeta un orden limpio, cristalino y pausado en alguno de los momentos donde las voces se cruzan con el estruendo de platos y cubiertos.
Si es complicado para nosotros asumir el déficit auditivo dentro de la práctica, también lo es para el espectador participativo: aquel que siempre está cuando le necesitas; aquel que se agobia como tú cuando tú no puedes agarrar el hilo de la conversación; aquel que se desconecta del debate para hacerte un paréntesis de “puesta al día”… En definitiva, aquel que no necesita ser sordo para entender cómo te sientes.
Me ha encantado. Me ha llegado muy dentro y me resulta muy familiar, como madre de dos niños hipoaúsicos.¡Qué sensibilidad la de la persona que lo ha escrito!.Creo también que es, en primer lugar, en la familia donde entre todos intentamos la primera integración ya que es donde se produce la primera aceptación también. Donde el amor inmenso de unos y otros, nos hace sin duda mejores personas, y lo damos todo. Llevamos a nuestro hijos a los profesionales y ellos nos enseñan cómo hay que hacer para que nos escuchen mejor, tantas cosas…y lo intentamos en casa una y otra vez, cuando vamos con ellos a mil sitios de la vida cotidiana y ya nos sale espontáneo. Pero es verdad que no tenemos que agobiarnos, porque a pesar de las dificultades de lo que implica tener unos hijos sordos llega un momento en que ya te relajas y ya pasa a ser muy natural, incluso a veces se te olvida de que son sordos. Y lo ha captado genial la persona que ha escrito. Unos y otros, como en cualquier familia, tenemos que poner de nuestra parte para que nuestra vida sea tan normal como respirar.
Es verdad. Da gusto sentirse cuidada, estar rodeada de gente que está pendiente de tus necesidades y que te hacen más fácil una reunión de trabajo o una cena entre amigos o cualquier situación de grupo. Concretamente hace poco, un amigo mío me preguntó si estaba bien donde estaba sentada o si prefería otro sitio ¡Cómo le agradecí ese detalle! Claro que es bueno que las personas que te rodean conozcan tu problema, no sólo por el bienestar propio sino también por el de ellos, porque de esta forma ellos te entenderán mejor, tendrán más paciencia y les importará menos que les preguntes o interrumpas cuando no entiendes algo.
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