Rosa no se fía de nadie. La desconfianza es su estado natural. Claro que hay cosas que estimulan su día a día: la convivencia con su marido y sus dos hijos, la relación con sus padres y sus hermanos… Pero un sexto sentido le dice que tiene que estar en guardia, que el mundo es agresivo, que nunca se sabe por dónde pueden venir los ataques.
¿Serán los audífonos los que propician su guerra con el mundo? Rosa cree que no. Aunque también en esto tiene una actitud muy defensiva. Es una experta en camuflarlos, hasta el punto de que mucha gente de su entorno laboral desconoce sus problemas de audición.
Mantiene sus amistades, un pequeño círculo, de los tiempos de su juventud. Con ellos sí puede abrirse. Se siente como en casa. Son su “gente”. Ellos conocen su particularidad y siempre se ha sentido aceptada. No tiene que disimular.
En el trabajo es muy distinto. Aunque alguna compañera que entró al tiempo que ella sabe que lleva audífonos, prefiere que este asunto quede en la intimidad. Cree que podría resultar perjudicada. Ya tiene problemas constantes, roces con unos y otros. “Si se enteran de que soy sorda, seguro que me convierto en motivo de chiste”, explica a sus allegados.
En una ocasión su jefe directo la llamó al despacho. El motivo de su queja fue muy duro: “Rosa, creo que no estás capacitada para trabajar con nosotros. Estás quemando tus últimas oportunidades”. Salió llorando, con ganas de revolver Roma con Santiago, pero lo pensó mejor. Intentaría hacer cambiar de opinión a su superior. Pero prefirió mantener con discreción el asunto de sus problemas de audición. No quiso aferrarse a una posible discriminación para pararle los pies a su jefe.