Guillermo no sabe situar el preciso momento en que comenzó a notar que estaba perdiendo audición. Le cuesta fijar el recuerdo. Le vienen ráfagas de momentos en que se perdía en las conversaciones, de tener que esforzarse en el cine para no perder el hilo de la película, de esa temporada en que decidió darle la espalda al mundo y encerrarse en casa. Y era precisamente la música, su eterna compañera, la que le servía de paño de lágrimas. Pero al mismo tiempo le estaba indicando que algo no iba bien. No era capaz de disfrutarla como siempre. Perdía los matices.
Eran los tiempos de aquella canción de The Verve, Bitter Sweet Familiy, que se hizo tan famosa. Le encantaba a Guillermo la voz de Richard Ashcroft y la música de la banda. La música quedó, como él, confinada al hogar. Dejó de acudir a pubs y discotecas. Los conciertos desaparecieron de su agenda. La táctica del avestruz. Lo reconoce. Pero no quería confirmar que cada vez oía peor.
Aunque se considera un hombre de pop es capaz de gozar con la música clásica o el flamenco. Ahora le dan mucha pena las noticias de artistas que se están quedando sordos, como Eric Clapton. Es lo peor que le puede suceder a un músico. A él los audífonos le permiten seguir descubriendo nuevos talentos. No se imagina un mundo sin música.
No puede quejarse, pero quizá, tal vez, si no hubiera perdido audición, podría haber seguido tocando la guitarra, y quién sabe… Pero prefiere no perder demasiado tiempo en soñar imposibles. Las cosas son como son. Y afortunadamente la vida no le está tratando mal.