Que la crisis sanitaria desatada por la COVID-19 ha sido un mazado para todos nosotros es un hecho innegable. No hablo solo del coste en vidas humanas, que es el gran agujero irreparable que nos deja, sino también de las consecuencias sociales y económicas del presente y del lastre que supondrá este trance en el desarrollo de nuestro país en el futuro a corto, medio y largo plazo.
Cuando el 15 de marzo de 2020 entró en vigor el estado de alarma, la expectación y la perplejidad se palpaba a partes iguales en el ambiente. La economía y la agitación de la vida diaria echaron el freno por casi 100 días en los que hubo siempre más preguntas que respuestas y más incertidumbre que certezas, pero, ¿qué poso ha dejado el confinamiento en nuestro día a día?
Mientras los esfuerzos por la superación de la crisis sanitaria y la reconstrucción de nuestro país se materializan con una nueva normalidad a la que todavía cuesta acostumbrase, no sería atrevido hacer un balance en clave positiva de todo lo que está situación nos está aportando. Y es que, el refranero popular español, que tiene una frase para cada ocasión, nos recuerda que no hay mal que por bien no venga, o lo que es lo mismo: que de todo se puede sacar algo positivo.
Y por eso hoy hablaremos de cinco cosas geniales que el confinamiento ha traído a las personas sordas. Cinco situaciones en las que, por una vez, los vientos del destino han soplado a nuestro favor y no hemos tenido que saltar ninguna barrera, sino todo lo contrario: situaciones en las que estamos como pez en el agua o incluso, hemos salido ganando.
- La exploración del ocio solitario
Nos metimos en casa. O, mejor dicho: no podíamos salir de ella. Tocó acostumbrase a una soledad que, aunque acompañados de otros convivientes de nuestro hogar, se manifestó en la búsqueda de actividades que no requerían de compañía y, muchas de ellas, tampoco de la necesidad de audición.
Hemos hecho puzles, repostería, manualidades, ejercicio físico, hemos leído más y mejor, hemos arreglado la balda del armario de la cocina que se tambaleaba y también hecho limpieza general de la casa, aprovechando parar ver fotos viejas y tirar todo aquello que no necesitamos. En definitiva, hemos explorado la inmensidad del ocio en solitario, de aquel ocio que no está de forma perenne asociado a una comunicación interpersonal. Y lo hemos hecho todos, tanto los que oyen como los que no lo hacen tan bien y eso nos ha transportado, a todos, a un escenario común, pero en el que nosotros, las personas sordas, tenemos algo más de camino andado: ya antes de la pandemia, siempre que los implantes cocleares o audífonos se estropean, pasa un tiempo donde el entretenimiento en solidario es, muchas veces, el salvavidas.
- El aperitivirus y la necesidad de entablar conversación
Pero no todo podía ser en solitario. Somos humanos y necesitamos socializar. Y así es como entró el aperitivirus en nuestras vidas. Llámalo aperitivirus o reunión de trabajo con webcam o videollamada entre amigos que quieren ponerse al día y pasar un buen rato, con o sin cerveza y olivas. La necesidad de estar en comunicación con nuestra gente, cada uno dentro de nuestra reclusión, ha aflorado un sinfín de posibilidades de hacerlo de la forma más real posible.
Muchas personas sordas ya empleaban las videollamadas antes de que se desatase el virus, pero ahora son muchas más las personas que se suman a ello y abandonan la tradicional llamada telefónica que, en ocasiones, pone contra las cuerdas el fluir de la conversación con una persona con discapacidad auditiva que se apoya en el refuerzo visual.
- El silencio, ese gran amigo que teníamos olvidado
Y con el confinamiento también llegó el cierre de establecimientos y el cese de la actividad y con ello llegó el silencio, ese elemento que teníamos olvidado en el devenir de nuestra rutina y que ahora se ha convertido en un amigo muy cotizado.
Con el vacío de las calles llegó la tranquilidad y esta traspasó los muros para instalarse en nuestros hogares: empezamos a valorar la quietud y la necesidad de no vivir siempre en el mundo sonoro y ahora, que podemos salir de casa, son muchas las personas que prefieren hacer planes más silenciosos, donde el tintineo de platos y cucharas no entorpecen la comunicación, donde el ruido del ambiente se ha reducido drásticamente y las palabras viajan con una claridad inusitada por un deseo generalizado de calma.
Pero el silencio siempre estuvo ahí para nosotros, las personas sordas. No hemos tenido que acostumbrarnos y también hemos aprendido a disfrutar de su compañía. Las personas con deficiencias auditivas hemos visto cómo las que no la tienen, hoy, acostumbrados a la grata sensación de no tener demasiado ruido, muchas personas optan por planes y ambientes tranquilos, prácticas en las que las personas con discapacidad auditiva somos grandes beneficiarios.
- La huida de las multitudes
Cuando ya pudimos salir de casa, se limitaron las reuniones a grupos para evitar multitudes y esta nueva normalidad que dicen, alberga en su interior una merma de las barreras a las que nos enfrentamos: menos personas hablando, menos ruido que entorpezca la interlocución y, también, más distancia con los otros grupos.
Y es que, desde un punto de vista de calidad auditiva, algunas de las nuevas formas de relacionarnos se han convertido en ventajas para las personas sordas. Pero, como ya contamos en nuestro post anterior, las mascarillas también han venido con la nueva normalidad y se quedarán con nosotros un tiempo, junto a la incomodidad de compatibilizar su uso con las prótesis auditivas y las dificultades de comunicación que entraña el carecer de la lectura labial por completo.
- El crecimiento de la empatía
Hablábamos de esto en el artículo anterior pero no comentamos cómo la empatía se ha desarrollado en la sociedad en los últimos meses: hemos conocido casos de coronavirus en los medios de comunicación y también los hemos visto de cerca entre nuestros allegados. Pero también se han mostrado los daños colaterales que esta crisis está ocasionando, un poliedro de situaciones que nos han ayudado a acercarnos más a otras realidades que a veces teníamos olvidadas. Desde, por ejemplo, la soledad de las personas mayores, el estrés de los padres que se han metido también en el papel de profesores de primaria y secundaria, los cajeros de los supermercados que se han jugado el tipo por darnos de comer y, por supuesto, la entrega de todo el personal sanitario que, sin ella, no estaríamos para contarlo.
Y con este chute de empatía se ha traducido en una mayor sensibilidad por otras necesidades como, por ejemplo, las del colectivo de personas con discapacidad y, dentro de ellas, del colectivo de personas con deficiencias auditivas, un grupo muchas veces ignorado por la falta de visibilidad de nuestra carencia.