Aquel que dijo eso de que los hombres no son capaces de hacer dos o más cosas a la vez, es que no conoció a los hombres y mujeres sordos, sordas y/o con deficiencia auditiva que, independientemente de su sexo, tampoco pueden combinar varias actividades al mismo tiempo, sobre todo si en alguna de ellas predomina la comunicación.
Desde mi punto de vista y experiencia personal, las actividades en grupo son todo menos relajantes. Si el grupo está conformado por tres personas, la coyuntura espacial hace que sea más sencillo, ya que siempre tendrás a cada compañero a uno u otro lado, con lo cual hace que la distancia no sea un problema y el volumen no se pierda.
La complicación llega con, entre otras cosas, la presencia de otros tantos grupos en un mismo espacio. Imagínese, por ejemplo, una clase de 28 personas en la que se hacen siete grupos de cuatro personas. Y todos tratan de poner sus ideas en común en un horrible barullo incesante, en una clase que puede que carezca de los medios necesarios para mejorar su acústica.
Es un estrés. La cabeza se mueve alocada con tal de seguir lo más rápido y eficientemente posible el movimiento de los labios. Un par de ojos no son suficientes para seguir tres bocas que tratan de reflexionar e intercambiar opiniones, pisándose los comentarios unos a otros, sobre un tema en concreto. Muchas de las veces, mi opción es tratar de seguir el hilo de la conversación (para que luego la puesta en común no sea tan sorprendente) y, si acaso, pensarse muy bien las intervenciones para evitar la suerte de decir lo que ya se ha dicho o aquello de lo que no se estaba hablando en absoluto.
Sin embargo, no por evitar las actividades en grupo se acaban los problemas. Muchas veces, con el fin de que sea más llevadero y relajante, las personas con discapacidad auditiva tendemos a crear ambientes de sólo dos o tres personas, para ahorrarnos el disgusto y la incomunicación estresante que supone añadir más componentes a los grupos.
Hablo de aquellas actividades que hacen de los ojos una auténtica necesidad y no un capricho, y por tanto la persona con discapacidad auditiva debe aprender a hacer buen uso de su atención y repartir su campo visual entre labios y actividades. Para aquel que aún no se haya hecho a la idea de lo que estoy contando, le propongo que imagine que va sentado como copiloto en un coche por unos paisajes preciosos de territorio cántabro o asturiano (por decir algo) y mantiene una amigable conversación con el conductor, quien justamente acaba de hacer una valoración sobre la forma de las montañas que en ese momento se está atravesando y su color verde intenso. El copiloto tiene la mirada en sus labios, que sólo puede ver de perfil, y para cuando ya ha conseguido captar el mensaje completo, la montaña probablemente sea ahora una imagen del espejo retrovisor.
También esto es aplicable a otras actividades que resultan un poco agobiantes en sí, como, por ejemplo, mantener conversaciones con los amigos mientras se cocina, ¡con lo bonito que es eso! Pero, en algunas ocasiones, por muy bonito que sea el momento, importa más no llevarse tres dedos por delante por dejar de mirar a la cebolla que estás cortando y fijarse en los labios de quien cuenta la historia.
Dirán que son gajes de oficio, pero yo les diré que tampoco es tan malo, pues realizar actividades en solitario refuerza mucho la autoestima. Tampoco eso quiere decir que todo se deba hacer en solitario, no. Pero sí se une en una imaginaria línea ideológica con la tesis de que la vida no es 100% comunicación y que hay veces en las que no hay proceso comunicativo por mucho que las personas sordas sospechemos que sí e insistamos con ese greatest hit nuestro, el “¿Qué pasa?” o “¿Qué ha dicho?”.
A veces no es cierto eso de “coser y cantar”. A veces sólo se cose, otras veces sólo se canta. Coser es una actividad que también requiere de mucha atención visual, y es sólo una de tantas. Para todo lo demás, mucho, mucho relax.
Muy interesante reflexión. Hace unos días, una cuidadora del comedor del colegio de mi hijo me decía que «él no ponía de su parte y no se integraba jugando en los grupos con los otros niños», y yo trataba de explicarle por qué él no se siente cómodo en esos grupos grandes. Comparto la opinión del autor y quisiera llamar la atención sobre esta opinión tan extendida de que las personas sordas «se aislan» del grupo voluntariamente. Es importante que las personas oyentes comprendan el motivo de este aislamiento, y este artículo lo explica de forma muy clara. Gracias.