Una de las preguntas que más me cuesta responder acerca de cómo buscaba trabajo o he encontrado el mío es si debo especificar en el currículum la existencia de un grado de minusvalía superior al 33 por ciento o no.
Personalmente, yo sólo lo pongo si estoy totalmente convencida de que la empresa o persona a la que dirijo mi candidatura conoce por lo menos bien qué significa (tanto en términos fiscales como de rendimiento) eso de tener reconocida la discapacidad. Si tengo dudas de que la empresa pueda resultar un tanto de la época en la que a las personas con discapacidad según una conocida diputada se las conocía popularmente como “tontitos”. Vamos, que son un pelín de aquella manera en que sospecharían de mi valía por tener una deficiencia auditiva, entonces les daré la oportunidad que nunca le dio el verdugo al acusado: de que me conozcan.
Es decir, si con esa frase les doy un motivo para descartarme, entonces dejaré que descubran la discapacidad por sí solos. Pero tampoco la voy a ocultar. Y mucho menos en una entrevista de trabajo me voy a quedar sin información por orgullo a pedir que, por favor, me repitan las cosas una vez más. Y otra vez más, si fuera necesario. Y otra.
Pero no vamos a darles el gusto de escaparse de ver otras realidades, como es la discapacidad. Ni tampoco de que nos consideren como héroes o heroínas que “a pesar de sus dificultades, mira lo que han conseguido”. Como soy más partidaria de considerar la discapacidad, en este caso, como algo semejante a una peca: un rasgo con el que convivir, pero que no te puede frenar en la consecución de tus objetivos.
Por eso, cuando me preguntan si decir o no que soy discapacitada, yo trato de no decirlo hasta que es evidente. Para que todo lo que anteriormente se ha vivido (selección del CV como si de cualquier otro candidato se tratase y citación para la entrevista) se desarrolle tal y como quisiéramos todos: tomando la valía como detonante del éxito y no el grado de discapacidad y sus beneficios fiscales.
Sin embargo, es verdad que mi teoría tiene algún que otro agujero por donde se cae por su propio peso: si tengo un problema de audición, no podrán ponerse en contacto conmigo por teléfono. Cierto. Pero en cualquiera de los casos, sin intermediarios, el método de comunicación idóneo sería el correo electrónico y en estos tiempos de tanto high-tech es bueno aprovecharse de la decadencia del teléfono frente al e-mail.
También hay ofertas de empleo exclusivas para personas con discapacidad. En las que generalmente la primera pregunta que se hacen los seleccionadores es si el candidato es o no discapacitado. Es una estupenda salida para encontrar un empleo, cierto, pero lo ideal es que la discapacidad no afecte a tu trabajo o afecte lo menos posible. No es esconderse o falsear, es sentirse lo suficientemente confiado para decir que “yo con lo mío, también puedo hacerlo”.
¿Qué luego se encuentran con que el candidato tiene un hándicap por el que las compañías reciben bonificaciones o ayudas, además de que es obligatorio cumplir con una cuota? Pues bienvenido sea, pero, ante todo, las personas con deficiencia auditiva, como todas las personas (con o sin discapacidad) tienen el derecho y el poder de entrar en un proceso de selección como una persona que oye perfectamente.
Digo “el poder” porque me parece también una función social de la persona con discapacidad mostrar la deficiencia que tiene y cuáles son los límites de capacidad que no ha de sobrepasar. Es una función social importantísima para desterrar esa vieja idea de que las personas con discapacidad son “tontitas” o, mejor aún, no están lo suficientemente preparados para enfrentarse al mundo real. Porque cambiar la percepción ajena también está en nuestra mano.
Eso sí, una cosa es ser valiente y otra muy diferente, ser estúpido. Reclamar paciencia y ayudas técnicas es algo que está por encima de hacer el bien o el mal socialmente hablando. Se trata de demostrar que la decisión de contratarnos no ha sido equivocada y, por eso, es muy importante transmitir la confianza que quieres que te transmitan (aquella y mal practicada empatía psicológica). Como a ti te gustaría que te comentasen si tienen algún problema contigo, sé valiente, amable, ligero y con la confianza en uno mismo que necesitas y expón tus necesidades. A veces el problema no es lo que se dice, si no cómo se dice. Y si no, que se lo pregunten aquella conocida diputada.
Felicidades, está usted expresando en unas lineas su forma de pensar solicitando por parte de la sociedad un trato JUSTO, soy profesional de la audiología , pero además formo parte de ese pequeño mundo, en gran parte desconocido que es el trabjador autónomo que se convierte en empresario desde el momento que decide contratar a terceros para desarrollar su proyecto. Intuyo sin temos a equivocarme que cumple a la perfección los requisitos que los pequeños negocios necesitamos. En España tenemos una gran carencia de emprededores, si los que ya existimos no somos capaces de ver su potencial , aconsejo a las personas que piensan como usted que sean decididas y creen su propio proyecto.
Afectuosamente
José Antonio Ponce Peralta
Audiólogo