¿Uno, dos o ninguno? A veces me pregunto qué habría sido de mi vida sin ellos. Tan apegados a mí, y exigiéndome cada día un cuidado y un respeto infinito. Y dándome tantas satisfacciones. Con sus cosas, sus gastos, todos los disgustos que dan y, por el contrario, todas las veces que, sin ellos, me he sentido desubicada.
Hoy soy una persona diferente. Haciendo una reflexión íntima del antes y del después de que ellos se cruzasen en mi camino, podría decir que años atrás, cuando ni les conocía, mi vida era mucho más silenciosa que ahora. Mucho más gris sin el componente auditivo.
Tampoco antes de conocerles me planteé jamás el poder seguir una conversación con los ojos cerrados. La confianza en uno mismo que da que la radio no sea, precisamente, un murmullo incesante e incongruente reiterativo de secuencias imposibles de discriminar.
El subidón de autoestima y el chute de calma que proporciona el hecho de ser consciente de que, sin apenas esfuerzo y atención, puedes mantenerte conectada al mundo es algo que el dinero no puede comprar.
No deja de ser una decisión difícil. ¿Qué beneficios tiene tener un implante coclear frente a utilizar dos? ¿Es mejor operarse de los dos a la vez? ¿Es caro mantenerlos? ¿Deberé estar anclada de por vida a un hospital?
Estos y muchos más interrogantes no pueden ser resueltos de una forma general, sino que la decisión de hacerse un implante depende de cada caso personal, en cuya valoración se tienen en cuenta parámetros tales como si la deficiencia auditiva es congénita o no; si el uso del lenguaje oral es elevado, la edad, la situación, etc.
Una de las decisiones en que los profesionales no pueden aconsejarnos es, ni más ni menos, en el efecto estético de tener un implante coclear. Sobre todo sucede en el caso de las personas que padecen alopecia, cuya suerte impedirá que una mata de pelo cubra la prótesis. Debo confesar que nunca me preocupé por ello: en mi humilde opinión, la independencia que da poder cerrar los ojos y seguir formando parte del mundo sonoro elimina cualquier tara estética que pueda causar.
Otros se preocupan por vivir atados a un hospital. Esto es una vieja leyenda urbana que habría que dejar fuera de nuestra cavilación: En la mayoría de los casos, son sólo dos días de ingreso en el hospital y luego, visitas periódicas acordadas con el programador y con el médico en cuestión. Una persona experta en esta materia, o que lleva enganchada a una prótesis coclear desde hace tiempo, puede perfectamente no pasar por el hospital más que una vez al año para una revisión y re-programación del mismo.
Poniendo en la otra balanza los conceptos “independencia” y “autonomía personal” o, lo que es lo mismo, sopesando los valores de desengancharse de las preguntas viciadas como “¿De qué están hablando?” o “¿Qué ha dicho?”, contra un factor estético que no nos va a hacer oír mejor; o un miedo escénico al bisturí que también nos va a cerrar las puertas del sonido y la integración social.