¿Dónde está el mostrador de facturación? ¿Puedo pasar por el arco metálico de detección de metales? ¿Por qué me tienen que cachear, no ven que llevo prisa? No entiendo lo que dices, ¿me lo puedes repetir? ¿Por qué en las pantallas no anuncian mi vuelo? “Perdone, ¿tienen bucle magnético para personas sordas?”. Mierda. ¿Me puede informar de cuál es la puerta de embarque de este vuelo? ¿Cómo? ¿En la pantalla? ¿Cuál? ¿Ésta? Ahhhh, vale…
Señorita, por favor, ¿Qué dicen en megafonía? ¿Me puedo desabrochar el cinturón de seguridad ya? ¿Entiende mi idioma? ¿Cómo? ¿Me puede repetir? Ah, gracias, gracias.
¿Hacia dónde deberíamos ir para encontrar la calle 20? “Disculpe, ¿este autobús pasa por la calle 20? ¿Cómo? ¿Camión? Calle 20, ¿la conoce?”. No me he enterado, voy a intentarlo de nuevo.
Ah, es por allí. Esta es la 19, la próxima debe ser la 20… ¿estaré bien ubicado? ¿Llegaré bien? “No, lo siento, ni le oigo, ni soy de aquí. Lo siento, ¿eh?”.
Me siento inseguro. Demasiadas preguntas si sumo las que yo me hago a mí mismo y las que debo hacer para sobrevivir. Son gajes de discapacidad, ni más, ni menos. Estar en un país desconocido es, aunque hablen nuestro idioma, una aventura en la que estamos muy entrenados las personas sordas: desorientación, pérdida del mensaje, estrés para llegar a los sitios y, sobre todo, una infinidad de preguntas sin responder.
Si todavía no has encontrado el punto agridulce de empezar a conocer un país teniendo que adaptarte a él, con las barreras a las que se enfrentan por lo común las personas con deficiencia auditiva, es que no te has parado a pensar en la cantidad de cosas que debes hacer. Es decir, desde agenciarte con un lugar para dormir hasta un cuidado especial de las prótesis auditivas ya que, por ejemplo, existen climas más húmedos donde las piezas pueden dañarse con facilidad. A esto se le llama establecer una lista de prioridades, teniendo bien claro qué es siempre lo más importante.
Infinidad de cuestiones que no terminan, precisamente, una vez que has llegado al sitio en cuestión, ni sin algún tropiezo comunicativo. Existen muchas otras preguntas y situaciones que se han de resolver cuando uno viaja al extranjero, sobre todo si lo hace para quedarse. Pilotar el terreno de antemano (¡Bendito sea Internet, siempre, siempre, siempre!) y estar abierto a toda clase de sugerencias y ayuda humana es algo que hay que tener muy en cuenta.
Pero, una vez habituado, y apenas sin darse cuenta, el país se tornará a la forma de uno y éste sabrá cómo desenvolverse en cualquier situación, pues el sentido de la integración es el primero que se desarrolla, en todos los países, discapacidades y personas.
¿La mejor receta para que estos líos no calienten demasiado las cabezas? Posiblemente sea el acostumbrarse, la calma y, sobre todo, darnos cuenta de que tarde o temprano llegaremos, que la prisa no conduce a ningún sitio y que lo importante no es llegar, sino el camino que se hace.