Es de noche aún cuando sale de casa en dirección al metro. Hace frío, se ajusta la gorra, se pone la bufanda, se sube la cremallera del abrigo y, mientras echa a andar, agradece que no esté lloviendo. El trayecto es corto, un par de paradas, y hay poca gente aún en los vagones. Se dirige a la entrada, donde hay una fila de personas esperando la apertura; casi siempre ve las mismas caras.
Rápidamente baja al vestuario, deja su mochila y ropa en la taquilla, que sustituye por un bañador, un gorro y unas gafas. Se quita los audífonos, e inserta en sus oídos unos tapones de silicona hechos a medida, con los que no oye prácticamente nada. Se ducha levemente mientras piensa que quien le manda estar allí a esas horas, cuando ni siquiera ha salido el sol, y se mete en el agua. No está fría hoy, a 27 grados. Además, como es festivo, hay poca gente y puede elegir una calle para ella sola.
Comienza a nadar a braza, estirando los músculos y, a partir de entonces, sólo oye su respiración, con el sonido de las burbujas y el movimiento del agua. Continúa haciendo largos a crol, y se centra en los movimientos de sus brazos y sus piernas. La mano hacia dentro al entrar en el agua, el codo flexionado, pierna recta, la patada desde la cadera.
Y, como en muchas ocasiones, empiezan a fluir los pensamientos, y va ordenando en su mente lo que tiene que hacer durante el día, que es lo urgente, que llevará tiempo… Le resulta fácil pensar, centrarse, porque sólo tiene que estar pendiente de sí.
Mientras nada, no tiene que escuchar, ni hacer un esfuerzo para entender lo que dicen otras personas, ni buscar sus labios para leer en ellos palabras, ni intentar descifrar sus gestos para desentrañar de qué están hablando.
Se olvida, entonces, del cansancio mental y físico por el trabajo exigente de las últimas semanas, de las guardias del Turno de Oficio en las que, durante varios días, muchas personas, distintas y desconocidas (clientes, policías, funcionarios, jueces, fiscales, otros abogados), cada uno con su tono de voz y su manera de vocalizar, con acento o sin él, más rápido o más lento, le hablaron, explicaron, contaron, pidieron, requirieron, y llamaron, con la expectativa de ser entendidos y atendidos de manera automática. E intenta quedarse sólo con la satisfacción del trabajo realizado, y con el recuerdo de aquellos a quienes, una vez explicada su discapacidad auditiva, se esforzaron por comprender, ayudar y ponérselo fácil, con una sonrisa.
También, de la paciencia desplegada en las cenas y comidas de las festividades pasadas, con familiares, compañeros y amigos, por las dificultades que implica para quienes tienen una dificultad de audición tanta gente en la mesa, las muchas voces que se oyen al tiempo, las conversaciones cruzadas, las interrupciones para cambiar de tema, la música de fondo y la reverberación del sonido. Y se felicita porque, al fin y al cabo, después de casi tres años, ha sido posible celebrar el poder estar juntos.
Y sonríe para sus adentros recordando los buenos ratos pasados jugando con los niños, cuyas vocecitas agudas le resulta tan difícil oír, con ese lenguaje a veces tan complicado de entender; pero que, durante esas fechas, siempre contagian su ilusión.
Mientras ve como amanece a través de la cristalera, el agua y el sonido de su respiración van arrastrando tensiones y preocupaciones, consiguiendo ese estado de relajación que sólo alcanza con otras actividades como caminar sin un destino predeterminado, el cine, o la lectura, en las que no se requiere prestar atención a lo que digan otras personas.
Y frente a aquellos que le dicen que menuda pérdida de tiempo, que a quién le apetece levantarse tan temprano para pasar cuarenta minutos en remojo, con el frío que hace, ella agradece haber encontrado, hace ya más de veinticinco años, esa afición que le llena, en la que no es imprescindible oír, ni entender, y que le permite desconectar.
Porque los que tenemos una discapacidad auditiva usamos una gran cantidad de nuestra energía para localizar los sonidos, clasificarlos y saber que significan, leer, cuando es posible, los labios de las distintas personas que se dirigen a nosotros, para tratar de entender de qué hablan, fijarnos en sus gestos y lenguaje no verbal para tener una mayor información sobre lo que nos puedan estar diciendo, e intentar, al tiempo, aislarnos mentalmente de otros sonidos del ambiente. Y todo ello muchas veces nos tensa, nos frustra, nos produce estrés, pudiendo incluso llegar a ocasionarnos contracturas o ansiedad.
Por ello, más allá de buscar la posibilidad de aislarnos puntualmente o hacer paradas, cuando nos encontremos en situaciones que requieran de toda nuestra atención y concentración para entender, es importante para nosotros encontrar entretenimientos con los que poder descansar mentalmente del desgaste físico y psicológico que conlleva ese esfuerzo que hemos de realizar a diario, siendo una buena opción el deporte y ejercicio físico, cada uno según sus gustos y en la medida de sus posibilidades.