Susana no se fía del todo de su madre. Sabe que María está capacitada para desenvolverse con normalidad. Pero también conoce que cuando su madre se ofusca es mejor que tenga cerca a alguien que pueda ayudar a que se desbloquee. Por eso se había anticipado a ofrecerse como acompañante. Y por eso también había intentado informarse. Se citaron en una cafetería cerca del centro. Tras tomar un café hacia allí se dirigieron. Fue Susana la que tomó la iniciativa.
— Buenos días. Quiero hablar con el audioprotesista que ha tratado a mi madre.
— Ahora mismo le atiende nuestro audioprotesista —contestó una mujer.
De una sala interior salió un hombre, que reconoció a María. Ambos se saludaron con cordialidad.
— Dígame María. ¿En qué podemos ayudar?
— Por fin me he decidido con el audífono.
— Recuerde que tiene un mes de prueba. Si no está conforme con el resultado, no está obligada después de ese tiempo a adquirir el producto.
Susana se sintió en la obligación de intervenir.
— Disculpe. Soy la hija de María. Quería hacerle alguna observación, porque he leído en Internet que este centro ha tenido ciertas quejas porque son comerciales las personas que atienden. Vamos, que no cuentan con audioprotesistas.
— La situación a la que se refiere fue un hecho puntual ya hace unos cuantos años. Y se solucionó muy pronto. En el caso de este centro el audioprotesista soy yo. Para las indicaciones de cómo colocarse el audífono pueden ayudar mis compañeras, que son comerciales, como usted indica. Es un asunto muy delicado. Por eso ha de ser un especialista quien realice la evaluación teniendo en cuenta las necesidades del paciente y la posterior adaptación. En esto cada persona es un mundo. A mí me toca también realizar el seguimiento.
Susana por fin se quedó más tranquila. Ahora solo queda esperar cómo se adapta su madre al nuevo audífono.