Ha sido una semana de reivindicaciones y reconocimientos. Quizá todo se reduce a los quince minutos de fama (o menos) de los que hablaba Andy Warhol. Pero ya queda lejos. Ahora es hoy y los focos ya no están puestos sobre las personas con sordera.
Recuerda que el día 28 de septiembre leyó algún reportaje en el móvil, pero sintió que la única función que tenían en los medios de comunicación era la de rellenar hueco. No es pesimista, pero comprende que falta mucho para que la sociedad española esté plenamente sensibilizada con los problemas de audición.
Normalmente se desplaza en coche, pero ese día necesitó usar el metro. Pensó que seguramente en aquel vagón había alguna persona más, aparte de él, con discapacidad auditiva. “Somos más de un millón. Por estadística y tal cómo está de lleno no seré el único”, se decía a sí mismo. Más de un millón, dicen las cifras. Pero hay cierta invisibilidad en este colectivo. Repasa mentalmente los datos de la Organización Mundial de la Salud: la sordera afecta a más del 5% de la población mundial, que vienen a ser 360 millones de personas en todo el planeta. De ellas 32 millones son niños. Le entra un escalofrío.
No le gusta quejarse en exceso y las barreras le sirven de estímulo, pero no puede dejar de cavilar sobre una situación que considera injusta. Es consciente de los logros obtenidos, pero admite que falta mucho para que las personas con sordera accedan, por ejemplo, con cierta normalidad al mercado de trabajo. Y poder acabar con los prejuicios
Por eso se desespera cuando pasan las celebraciones. Porque el tiempo transcurre, aunque la gente sigue necesitando ayuda. Pero no está dispuesto a tirar la toalla. Hay que seguir luchando.