Sumergir la cabeza en la profundidad de un lago, mar, río o piscina puede ser un buen simulacro de cómo se siente una persona con déficit auditivo. La palabra, distorsionada, no es recogida con corrección por los oídos y hace que zambullirse en el agua se pueda parecer a, por ejemplo, Tiempos modernos, la célebre película de Charlot.
Así, en el agua, todos somos iguales. Igual de sordos, quise decir. E igual de dichosos al poder disfrutar de un chapuzón de relax: sin ruidos, sin gritos, murmullos, comentarios, sin notar cómo el agua golpea en la espalda de quien se tira desde el bordillo y sin la radio del vecino.
Pero, si hay algo que marca la diferencia entre las personas sordas y oyentes es que los que tienen deficiencias auditivas pueden disfrutar de este placer indescriptible en cualquier época del año, sin importar el tiempo que haga; pues se trata de una situación de respiro auditivo que podemos disfrutar al desconectar los audífonos e implantes cocleares.
No en vano, nos perdemos lo que sucede a nuestro alrededor. En realidad, esto no es cierto porque la vida no cesa, sino que cambia de formato: abandona el cine sonoro para adentrarse en el cine mudo, y si tienes tanta experiencia como para considerarte un experto lector de labios, la percepción de lo que pasa cerca de ti es sólo cuestión de acostumbrarse a las nuevas señales.
Y es tan parecido cómo eso mismo: silencio y la sensación de que le bullicio está y crece o decrece pero no lo sufres. Ni te das cuenta. Porque estás en el agua o fuera y no tienes la prótesis auditiva conectada y, ¡porqué no! Estás desconectado, relajado, ausente. Como si estuvieras en una peli de Charlot.
Otras veces, sin embargo, la condición de sumergirte en el agua (hablando metafóricamente) viene sin avisar. Simplemente, se termina la batería del implante coclear, o se agota la pila del audífono y siempre (vuelve a triunfar la Ley de Murphy con esta teoría), siempre, siempre, siempre es en el momento más interesante de la conversación, película, canción, clase, etc. Siempre sin avisar y siempre creando un boquete insalvable en la conversación lineal: al preguntar de qué han hablado mientras estabas “en remojo” (o “sin cobertura”, como decimos algunos), darán la versión resumida de los hechos y perderá parte de su esencial.
Es una característica propia de las personas sordas: necesitamos que nos repitan algunas partes o frases de la conversación. Y somos conscientes de que tomamos la información ya desvirgada, exenta de toda la inocencia que arrastra en la primera vez que se dice; ya procesada, tratada así como seleccionada y adaptada.
Para cuando hayamos encontrado el significado y consigamos unirlo al resto de la conversación, ésta se habrá frenado en seco o habrá menguado por completo. Una lástima (o no, según sea la conversación…). Pero, como diría el bueno de Antonio Machado en Las tierras de Alvargonzález, “no goza de lo que tiene / por ansía de lo que espera”.
Ser sordo tiene su parte positiva, como digo yo, “alguna ventaja tengo que tener de ser sorda”. Por ejemplo, por las noches ya cogiendo el sueño en la cama y suena una alarma de la tienda de abajo o hay gente gritando, sin respetar a los vecinos, yo no me entero. O cuando en un restaurante o en una discoteca hay tanto ruido alrededor, nosotros, los sordos, tenemos la “suerte” de poder desconectar y quedarnos en el más absoluto silencio. Aunque pocas veces lo he hecho, en todo caso sólo apago un aparato, porque no me gusta mucho la idea de quedarme completamente aislada cuando estoy rodeada de gente. Me quedaría nerviosa pensando que alguien me está dirigiendo la palabra y yo no me estoy enterando de nada.
Eso me pasaba de pequeña, en los planes de piscina con amigos en que la idea de quedarme sin oír y sin enterarme de los comentarios que se hacían, me impedían bañarme y participar en los juegos de agua por el hecho de tener que quitarme los aparatos. Me producía cierta angustia. Ya de mayor, me sigue pasando, pero en menor medida, pues ahora pienso si me realmente me compensa o no quitarme los aparatos para pegarme el “chapuzón de relax”.
Cómo dice Ana, ser sordo tiene su parte positiva, esta bien que a veces desconectamos por un momento de relax, o cuando trabajamos ignoramos las conversaciones del resto de nuestro equipo y nos dedicamos a nuestro trabajo con un mayor concentración.
A veces observamos a la gente como actuan, como si fueras una película de Charlot como dice el anterior comentario. Tenemos una gran capacidad de percibir el comportamiento de las personas mediante los movimientos y los gestos de la cara. Recurrimos mucha veces la táctica de intuición. Pero ojo, muchas veces nos equivocamos y nos echamos para atras. Muchas veces cuando estamos hablando con una persona oyente nos pone la cara extraño, y nosotros pensamos que esta persona parece que nos estan rechazando o simplemente se vuelven antipático y no le interesan, cuando en realidad lo que estan intrepertando que nunca habían encontrado una persona sorda y se sorprenden, entonces es cuando debemos actuar nosotros de explicar que somos personas al igual que el resto de mundo y que sólo tenemos una desventaja que es oir.
Es cierto que algunas personas no pone de su parte para mantener una conversación con una persona sorda, pero no la mayoría de la gente.
Me ha encnatado su blog, una buena aportación a la red. Tienen cuenta facebook?
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