Y llegó el momento. Ella también quería explicarse, pero sin ser exhaustiva. Agustín lo captó muy pronto: “Marta tiene un sentido del humor impresionante. Además, asume los reveses con gran templanza. Bromea mucho con sus implantes cocleares y con su sordera. Habla sobre ello con naturalidad, pero no le gusta extenderse, entrar en detalle. Todavía puedo reproducir sus palabras de entonces y aún me estremezco por su manera de afrontarlo”.
— Nací con hipoacusia bilateral, que me detectaron al nacer. Era un bebé cuando me intervinieron quirúrgicamente para realizarme un implante coclear. Obviamente no me acuerdo de ello, ni de primeras visitas a médicos, logopedas y demás. Solo me concibo con implantes. No conozco la vida de otra manera. ¿Alguna pregunta?
Él entendió que hasta ahí había llegado la explicación del día. Que seguirían conociéndose. Que no le iba desvelar todo de golpe. Y que, además, muchas cosas las aprendería junto a ella. No lo iba olvidar. Ya se lo había advertido. “Recordé entonces -explica Agustín- una costumbre de mi madre cuando éramos niños. Ponía las manos sobre mis oídos y entonces, sin posibilidad de oírla, ella me decía que me quería. Yo tenía que entenderlo leyendo los labios. Ese acto, que yo rememoro con una ternura infinita, no podría reproducirlo con Marta. No tenía mucho sentido, pero no fue un problema. Porque hemos ido construyendo nuestro propio código de caricias”.
Se le quedaron entonces en el tintero muchas consultas. Ya habría tiempo para saber sobre pilas o batería, la práctica del deporte o las posibles interferencias con el teléfono y los electrodomésticos. Para él entonces todo lo relacionado con los implantes cocleares era un misterio.