Por fin llegó el día más esperado. F. se había volcado para que todo saliera de la mejor manera posible. Le unían al personaje principal lazos tan fuertes como los de la amistad forjada en los primeros años de escuela. Pero el mundo laboral es fiero. No es nada personal. Son solo negocios, como dicen en El Padrino.
A F. no le tiembla el pulso para tomar decisiones. Y eso que es consciente de sus limitaciones. En una de las intervenciones de la persona para quien trabaja ante un nutrido grupo de personas no pudo percatarse de que una ironía del ponente fue saludada por los presentes con una salva de risas aprobatorias. Da igual. Sus compañeros le pusieron al tanto de todo lo ocurrido en aquella ocasión. De los detalles que él no pudo captar.
Un día antes de rendir cuentas, el equipo más cercano se reunió para calibrar las posibilidades de repetir mandato al frente de la compañía. Las juntas de accionistas, las elecciones… todos son sistemas para refrendar las virtudes de un proyecto o para entregar el mando a otro candidato. F. estaba eufórico, pero precavido. Quería conocer todo lo que se estaba cocinando en los pasillos. Rápido, rápido. Impuso un ritmo vertiginoso al encuentro. En un momento determinado se le escapó una apreciación de uno de los hombres que formaban el núcleo duro. Y puso sus manos junto a sus orejas en ese gesto tan conocido. “¿Puedes repetírmelo?”. Su mentor, amigo y jefe no dudó en aclarar lo sucedido y en poner en contexto al resto de los participantes. “Es que no oye bien”. . «Llevo audífonos«, dijo él.
El día definitivo llegó. Con sus angustias, con sus ilusiones, con normalidad. Y todo siguió en su sitio. El gran jefe recibió el respaldo de su gente. Y seguirá otro mandato más. Y F. ha demostrado su valía.