Lydia vino al mundo en Madrid. Era una niña muy deseada, la segunda de tres hermanas. Cuando su madre estaba embarazada de ella padeció la rubeola. Eran tiempos en los que no se controlaba tanto como ahora la vacunación. Nació con hipoacusia bilateral y cataratas en un ojo. Ni los médicos ni la familia sospecharon nada al principio. Según testimonios de sus padres era una niña muy buena. Siempre estaba dormida. Ahora se pregunta si era porque no oía y sentía todo en silencio.
La rubeola materna es una enfermedad muy destructiva para el feto, sobre todo si la embarazada la contrae durante el primer trimestre. Ahora lo sabe. Ella. Y sus padres. Afortunadamente en países desarrollados su incidencia ha disminuido claramente. Lydia se alegra de esta mejora de la situación, pero se lamenta: “¿Por qué a mí? ¿Por qué a mí?
¿Y cómo lo lleva? Muchas veces expresa en voz alta que le hubiera gustado tener una varita mágica y que desapareciera “el problema”. “Para nosotros es como una vida normal -dice-. Tenemos como una doble vida, pero la sordera está ahí. Yo me lo guardo, aunque a veces lo saco. Soy consciente de que soy como todo el mundo, pero tengo ese pequeño defecto”. Vive con ello, pero sueña con que desaparece Lydia sabe cómo podrían saber los demás cómo se siente: “Que todas las personas experimentaran lo mismo, solo un poco y durante un corto espacio de tiempo. Así conocerían el problema”.