Se llama Fear Of Missing Out (FOMO, por sus siglas en inglés) y está descrito como un tipo de ansiedad social derivado del uso (y en muchos casos, abuso) de las redes sociales. Se traduce en un deseo de permanecer continuamente conectado con lo que otros están haciendo, de no querer perderse nada, ni dejar pasar nada. Y aunque esta patología psicológica está muy vinculada a un contexto en el que la vida online cobra mucha importancia, lo cierto es que algo parecido les sucede a muchas personas sordas en su día a día.
Y es que, es muy frecuente sentir que una vez que apagamos el audífono o el implante coclear, nos zambullimos en el silencio, aunque el escenario no cambia. Y sí, sabemos perfectamente que, al abandonar el mundo sonoro, inconscientemente activamos las alertas de los otros sentidos e intentamos estar atentos a cualquier otro estímulo que detectemos porque estamos seguros de que pase lo que pase auditivamente hablando, nos lo estamos perdiendo seguro.
Mi madre cuenta que cuando yo tenía 5 años y me inicié en el arte de llevar audífonos (aun no me había operado de implante coclear), cada noche era una lucha, con persecución por el pasillo y saltos mortales por los sofás, hasta finalmente quedar acorralada en una esquina del salón y verme obligada a entregar mis armas (los dulcemente llamados aparatitos) e iniciar el tránsito hacia la cama en un profundo silencio que solo se rompería a la mañana siguiente cuando me los devolvieran. Y como si hubiera pasado un montón de tiempo, yo intentaba saber qué me había perdido en ese largo periodo en el que no oía apenas nada; como si mi familia hubiera hecho algo extraordinario además de dormir.
Me lo recordaba hace poco también una amiga, que decía que conocía a algunas personas sordas que cuando se iban de viaje con sus amigos, dormían con los audífonos puestos para estar de forma permanente con la antena puesta (en el sentido figurado y literal, vaya) para no perderse nada. A raíz de esta conversación, estuve pensando en cómo me siento yo cuando me quito los procesadores de los implantes cocleares y he de confesar que me siento rara, aunque por otra parte también es un auténtico placer esto de despertar poco a poco, de tomarse tu tiempo antes de conectarte al ajetreo cotidiano.
Quizás porque tengo la certeza de que no me estoy perdiendo nada, tengo perfectamente delimitada mi zona de confort, apagar los implantes cocleares no supone un salto al vacío; pero confieso que, en situaciones de mucho ruido, de mucha gente o de muchas conversaciones que se entrecruzan, ya siento cómo se descontrola la cosa y debo subir el nivel de alerta para no perderme nada. Y mientras escribo esto, me pregunto, ¿es necesario estar permanentemente como la vieja del visillo, enterándose de todo? ¿Existe un término medio entre el silencio más solitario y el estar pendiente de todas las cosas aun sabiendo que muchas de ellas no merecen tu atención?
“Ya, pero no sea que, por no estar pendiente, sí me pierda algo que sí es interesante”, podría decirme alguien para rebatir mi teoría pero… ¿somos conscientes de la cantidad de cosas importantes y necesarias a las que no prestamos la atención suficiente por estar a mil cosas y no estar a ninguna al mismo tiempo?
¿Podría ser esto que experimentamos las personas con dificultades auditivas en bares y otros entornos ruidosos de socialización similar a esa necesidad que tiene gran parte de la sociedad de estar permanentemente en contacto con otras personas a través de las redes sociales? La hiperconectada sociedad en la que vivimos juega, definitivamente, en contra de la cada vez menos (buena, buenísima) práctica de tomarse las cosas con más calma, siendo conscientes de que no se puede abarcar todo, tengamos problemas de audición o no.
Al igual que las personas sordas con sus limitaciones en el mundo sonoro, todas las áreas de la vida son inabarcables en su totalidad y no por ello se viven menos ni se disfrutan a medias porque muchas veces para percibir las señales es necesario tomar distancia, ampliar el espectro y relajarse. Vamos, todo lo contrario de estar pendiente de ver quién dice qué sin rebajar el nivel de sobreexcitación ni la guarda en ningún momento.