Era un día como cualquier otro, a priori. No parecía emocionante en exceso y las horas iban cayendo una detrás de otra, como las hojas en la estación. El cielo de Madrid es precioso en otoño. En ello me estaba concentrando, en las maravillosas vistas que ofrece la redacción a los que allí trabajamos, cuando mi jefe me tocó por la espalda.
— La que habrás liado, Campana. El subdirector de Información quiere que vayas a su despacho.
Yo no sabía si tomármelo como una advertencia o como una broma. Con una mezcla de miedo y algo de vergüenza me presenté ante Carlos Seco, el hombre que realmente dirigía el periódico, la mano derecha y la mano izquierda del director, su persona de confianza hasta límites no imaginables.
— ¿Cómo estás, Anita? Discúlpame que no siga la costumbre, pero me cuesta mucho llamarte Campana, aunque ese sea tu apellido.
— Llámame como quieras.
— Como lo que nunca sobra en un periódico es tiempo, voy a ir al grano.
Yo quería que me tragara la tierra. No tenía ni idea de lo que iba a decir, pero me dio por pensar que no era bueno. Le concedí una prórroga a mi temor y me dispuse a escuchar. “Soy todo oídos”, pensé. Era una broma dirigida a mí misma, que se iba a quedar dentro de mi cabeza. Tuve que hacer grandes esfuerzos para que no brotara la sonrisa. No era el momento.
— Quiero que cubras la campaña de las elecciones del 10 de noviembre— soltó Seco y se quedó callado esperando mi reacción.
Me dio por abrir exageradamente los ojos y poner cara de sorpresa. Creo que él se estaba conteniendo la risa.
— Por ser repetición de elecciones la campaña, en sentido estricto, se limita a la última semana. Pero vivimos en campaña permanente los últimos años. Ya te avisaremos cuando se vaya acercando el momento para que te incorpores a la sección de Política. Las dos o tres semanas que te dediques a hacer información sobre las elecciones dependerás del redactor jefe, Aníbal Martínez. Lo que quiero que hagas es que escribas sobre la comunicación de los líderes, el lenguaje, la parafernalia audiovisual. Tú trabajas en la sección de Comunicación. Eres la persona indicada. Pero no quiero rollos teóricos. Ameno, ágil, con sentido del humor, pero sin que falten rigor y fundamento. ¿Estamos?
— Estamos—contesté.
Y me marché pensando si el encargo era bueno o un caramelo envenenado. Una vez llegué a los puestos de mi sección me liberé un poco y di rienda suelta a mis emociones.
— Campana en campaña. Qué bueno—grité.
Metida en faena
No me asignaron ningún candidato en especial. Con la agenda de los actos de precampaña y campaña sobre la mesa de los jefes se diseñó el programa de actuación. Los especialistas en cada partido siguieron a sus respectivos líderes. Pero luego estábamos otros “enviados espaciales”, como decía yo, que nos turnábamos con unos y con otros. Esto me permitía, cuando la ciudad elegida estaba bien comunicada, regresar en ocasiones a dormir a casa. Nosotros, los periodistas, entramos en las ciudades, pero las ciudades no entran en nosotros, porque apenas las conocemos. No da tiempo. El objetivo es informar. El turismo es para las vacaciones.
Me costó buscarle el punto ameno, dar un toque de color y que asomara un poco el sentido del humor. Hubo discursos vacíos, dirigidos a hooligans, mensajes repetidos e intrascendentes, estética casi clónica (con algunas excepciones), telegenia de cartón piedra. No estaba muy segura de que se creyeran sus argumentos: Cataluña, el 155, “y tú más”… Pero también encontré buen material: en alguna ocasión aparecieron con detalle los grandes temas como el Brexit o la guerra arancelaria. Interesaba que la parte central del mitin coincidiera con los distintos informativos. Sus discursos están enfocados a ser repetidos por las televisiones y las redes sociales. Esto es ya costumbre.
Me llamó la atención que los principales partidos contaban con intérpretes en lengua de signos en los mítines. Lo siento, pero a veces me parece una pose, porque luego (en mi opinión) se olvidan un poco de las personas con sordera. Como no se nos ve porque el pelo nos tapa los implantes o los audífonos. De esto no tocaba escribir, entre otras cosas porque no me gustan las implicaciones personales cuando de informar se trata. Yo procuro ser fría y no llevarme mis problemas y mis circunstancias al trabajo.
En una de las localidades que visitamos (que por motivos obvios no voy a mencionar) una televisión local quiso hacerme una entrevista como “la periodista sorda que cubría la campaña electoral”. Me negué con elegancia, pero me cabreó mucho esta manera sensacionalista de verlo todo. Gajes del oficio. Sobre mi “problema” tengo que decir que en los mítines, con sus aplausos y su ruido ambiente, me costó una barbaridad enterarme de todo. Menos mal que la gente de los equipos de comunicación te facilita toda la información que hayas podido dejarte por ahí perdida.
¿Qué ha sido lo mejor de estos días? En la jornada de reflexión pensé sobre ello y realicé un pequeño balance: conocer a compañeros de otros medios, confraternizar, echarnos unas risas a costa de los candidatos, las enhorabuenas de tu medio, algún tirón de orejas. Toda una experiencia, en cualquier caso.
Y por fin llegó el día, el 10 de noviembre. Lo que algunos llaman la fiesta de la democracia. Nosotros, los periodistas, la pasamos trabajando, pero como muchos otros: policías, médicos, bomberos, enfermeras… Por supuesto, llegué tardé a casa. Sentí cierto alivio cuando desconecté de todo. Mañana será otro día.