Me acerqué sigilosamente. Pretendía darle un susto amistoso. Cuando le iba a hacer eso de “uuuuuu”, se giró hacia mí y me espetó, con una gran sonrisa:
— ¿Qué es lo que quieres, Campana?
Serafín Álvarez, el redactor jefe de Cultura, es el hombre de hielo. No se inmuta por nada. A mí me hace el caso justo, pero consigo colar alguna que otra colaboración.
— Jefe —le dije—. Tengo una historia que igual te interesa.
— Te he dicho cientos de veces que no me llames jefe. Serafín o Álvarez o el amo del calabozo, lo que tu prefieras. Menos jefe.
Es de apariencia tan gélida como sarcástico en sus contestaciones.
— El Teatro Nacional de Reino Unido ha puesto en marcha un servicio para mejorar la experiencia de personas con discapacidad auditiva —comenté—. Se trata de unas gafas inteligentes. El dispositivo muestra los subtítulos de los diálogos que se desarrollan en el escenario. Ya está disponible para todos los estrenos.
— Buen intento, Campanilla. Personalmente prefiero que hagas información con la que no estés vinculada emocionalmente. Busca otro tema. Sabes que aquí te tratamos bien.
No me dio tiempo a responder cuando un compañero de la sección de Sociedad me interpeló.
— Anita, nosotros estamos en cuadro entre las libranzas y la gripe. Estábamos pensando en una información, tipo reportaje, sobre las costumbres y el ocio de los adolescentes. Es la parte más fresca que queremos añadir al debate sobre los cambios en la legislación educativa. Si te animas…
No me dio tiempo a pensármelo mucho. En unos segundos me envió al correo electrónico toda la información que había recopilado y me sugirió que fuera con un fotógrafo a un instituto a conseguir declaraciones e imágenes.
— Pero que no se les vea la cara, que son menores. Y antes de todo comunícaselo a la dirección del centro.
Y allá me fui, a un instituto muy cerca de la redacción del periódico. Convine con la directora de aquel lugar en captar las imágenes y realizar las entrevistas a la salida. Así interfería menos en las costumbres y las rutinas y por otra parte los alumnos pueden sentirse más libres para contar sus cosas. No me sorprendieron para nada las respuestas: redes sociales (preferiblemente Instagram), juegos (el Fortnite se lleva la palma) y la música son las aficiones favoritas. Tampoco hace tanto tiempo que yo era una de ellos. La encuesta era poco científica, pero el periodismo exige declaraciones de la gente de la calle. Y a eso me dediqué. Preferí no indagar mucho en sexo y política. Eso tal vez sea materia de otro reportaje. Cuando me marchaba hacia la redacción, uno de aquellos chavales me dijo, a voz en grito:
— Oye, tú que tienes ahí. Ese cacharro en la cabeza. ¿Eres una superhéroe? ¿O un androide?
Los propios compañeros que le rodeaban le obligaron a disculparse. Para mí resultó una anécdota.
Regresé caminando, para que el aire me diera en la cara. Y entonces se me apareció la imagen de mi padre en los pensamientos. Mi padre es un antiguo. Es lo que le toca por edad. Edad Media lo llamo yo, pero procuro no incidir demasiado en el término. Alguna vez que me ha pillado murmurando he preferido decir que me estaba refiriendo a la Tierra Media, del hobbit más famoso que en el mundo ha sido, Froddo Bolsom. Y lo remataba con un cierre que hacía imposible que siguiera la confrontación: “A ver si el sordo vas a ser tú”.
Y cito a mi padre en relación con mi experiencia colegial, con mi regreso al instituto, porque sus momentos de ocio han chocado muchas veces con mi tranquilidad, aunque le he pillado un poco el puntito a sus gustos musicales. Mi padre: papi cuando estamos de buenas o Juan cuando existe tensión. Pues eso, Juan Campana tiene la costumbre de contarnos las batallitas de su juventud, que se refieren a la movida madrileña, a los conciertos en el Rockola y a unos momentos de intensas emociones.
Pero no se quedaba en las charletas. Los viajes familiares en coche iban siempre amenizados por canciones de aquel entonces. Uno de los grupos preferidos de mi padre era Mamá, que tenía una canción, “Chicas de colegio”, que a mí me recordó un poco la imagen que guardo de mi visita al instituto. Con las diferencias del tiempo y los cambios sociales.
A mí siempre me ha encantado la música. No suelo tener problemas para oírla bien, aunque en los conciertos tal vez me pierda un poco. Me encuentro un poco aturdida por tanto ruido ambiental. De aquellos viajes a la playa con la música de la nueva ola (de nueva ya tenía bien poco), recuerdo que no siempre me enteraba. La calidad de la grabación resulta fundamental para oírla nítidamente. En cualquier caso, no prestaba mucha atención.
Con los años mejoraron los trayectos porque llegamos al pacto de que la música en el coche se acuerda entre todos. Sigo disfrutando de la música (casi toda menos el perreo ese), aunque nunca me dio por intentar tocar un instrumento. Sé que hay personas con implante que reciben formación musical. Pero yo ya tengo bastante con lo mío.
Y ya metida en el pasadizo de la memoria, recordé algunos de esos instantes de la infancia que no olvidas nunca. En mi colegio, la mayoría de mis compañeros me trataban bien. Pero siempre tiene que haber una excepción. Se llamaba Sara Aguado. Todavía me acuerdo de aquella abusona. No paraba de meterse conmigo. Tengo grabada su frase favorita.
— Se llama Anita Campana porque es tan ton-ti-na.
Nadie seguía sus bromas ni sus burlas. Era como una obsesión. Estuve pensando incluso comentarlo en casa para que mis padres hablaran con los profesores, pero en un determinado momento empezó a fijarse en los chicos de clase y se olvidó por completo de mí. Cuando llegué a las puertas del edificio que albergaba la redacción volví al mundo de ahora.