Cataluña, Venezuela, el coronavirus. A veces no me extraña que provoquemos cierta sensación de repetición. Los informativos, los periódicos, las noticias de internet son como el día de la marmota… A veces cuesta salirse del carril y nuestra obligación en ofrecer al público lo que sucede, pero con nuestra perspectiva, nuestras exclusivas. Los medios de comunicación no deben ser clónicos. Debemos apostar por la diferencia. Esa es la batalla de todos los días. En el periódico donde trabajo intentamos hacer un periodismo de calidad. La competencia es dura, pero ahí seguimos. Cuando acaba la jornada de trabajo (que siempre son más de ocho horas) te marchas a casa o a tomar algo con la satisfacción del deber cumplido. Y a veces, algunas veces, hasta me olvido de que soy sorda.
Hoy es el día. Han cuadrado las agendas personales y profesionales de la tribu, como nos gusta denominarnos, en honor a los corresponsales de guerra que han hecho historia del periodismo. Por fin íbamos a conocer ese restaurante nuevo al lado del periódico. Estábamos todos los importantes: Raquel, Rosa, Álvaro, Raúl y yo. Corríamos el riesgo de toparnos con algún que otro compañero, e incluso con jefes. Pero la suerte estaba echada.
La verdad es que tengo cierta reserva a los locales públicos de ocio. A veces el griterío es tal que no llego a comprender cómo pueden comunicarse incluso las personas que no tienen problemas de audición. Así que con toda la prudencia del mundo ocupé mi lugar en la mesa.
—Corremos un riesgo —comentó Rosa—. Estamos muy cerca del periódico. Si hay alguna urgencia, seríamos los primeros en poder acudir.
—Siempre hay gente en redacción —respondí—. Además, tenemos un buen turno de noche. Nadie es imprescindible.
El local estaba casi vacío todavía, pero no tardaría en llenarse. La novedad siempre llama la atención. En esos primeros momentos estuve tranquila. Apenas había ruido, claro, porque apenas había gente. Mientras revisábamos la carta para ver qué tomábamos aposté por desconectar un poco del mundo.
—Pues yo voy a poner el móvil en modo avión. Nos merecemos un poquito de tranquilidad. Al menos en la cena. Yo creo que no es mucho pedir.
La carta, con nombres de platos exóticos, prometía placeres culinarios y la buena compañía hacía presagiar una buena velada. Pero no fue así. Comimos bien, muy bien diría, pero en cuanto empezó a llegar más gente y el restaurante se llenó la posibilidad de mantener una conversación sin tener que elevar la voz se redujo infinitamente.
Vale. Yo llevo implante coclear. Suelo repetir que no es como las gafas. No siempre funciona igual, ni a todo el mundo. Y menos en lugares con mucha interferencia. Pero las dificultades de comunicarme no las tuve solo yo. Mis compañeros de cena estaban también desesperados. Lo que se presagiaba como una velada tranquila acabó a grito pelado, con riesgo de afonía. Menos mal que ninguno de nosotros es locutor de radio.
No entiendo que locales de nueva creación no tengan en cuenta el factor de la tranquilidad. Por muy buena que esté la cena, no volveremos a este lugar. Comer sin ruido es un plus que algunos restaurantes favorecen, pero a otros se les olvida.
—Vamos a tener que recurrir al WhatsApp para poder entendernos—bromeó Raúl.
—Propongo acabar rápido y marcharnos a tomar una copa al pub de siempre —sugirió Raquel.
Pero lo de terminar pronto iba a depender también de las prisas que se dieran los camareros en servirnos, que no siempre son coincidentes con las de los clientes.
Todo llega. También la cuenta y la despedida. El pub irlandés de siempre nos pillaba a mano. Un pequeño paseo. Allí también hay gente y música, pero puedes charlar sin necesidad de alzar la voz. No cuesta demasiado. Simplemente es cuestión de interés. No se trata solo de las personas con problemas de audición, que también. Un ambiente tranquilo, sin ruido molesto, aumenta el bienestar de todas las personas.
Y eso que para realizar el acondicionamiento acústico no se precisa una fuerte inversión. Basta con colocar paneles absorbentes en el techo y materiales porosos en la decoración para reducir la reverberación. En fin, en resumidas cuentas, que no nos gustó. Que no vuelvo más.
Somos un país ruidoso y nos va a costar bajar esos niveles de ruido tan peligrosos para la salud. Precisamente este marzo se va a celebrar el Mes de la Audición. Espero que las administraciones se pongan las pilas. Yo seguiré haciendo mi trabajo, relacionándome como siempre. Solo espero que la sociedad se conciencie de que hay personas que no oyen bien, y que pongan las herramientas necesarias para que la accesibilidad acústica, que es un derecho, se convierta en realidad. He dicho. Fin de la cita.