Es una sensación muy rara estar ayudando a que todo salga perfecto en la cena de Nochebuena, pero sin poder concentrarme en el festejo. La teoría es que no trabajo en el periódico, estoy librando. La realidad, que como todo el mundo sabe suele superar a la más absurda de las ficciones, es que tengo un encarguito, en principio para la edición online: hacer un comentario del mensaje de Navidad del Rey. Bueno, se llama de Navidad, pero lo emiten las distintas televisiones en Nochebuena. La hora de emisión, las 21.00, favorecía mis planes de liquidar el texto lo antes posible y volcarlo en internet a través del acceso que tenemos a nuestra red los redactores para poder trabajar desde fuera del periódico.
Como soy previsora, dos analistas (uno de comunicación no verbal y el otro experto en comunicación política) me enviarían su pronto parecer. Con esas apreciaciones y las notas que tomaría podría construir un artículo para salir del paso. Y no salirme de la línea marcada por mi jefe.
—No te enrolles, Anita. Que te conozco. No creo que la gente esté para reflexiones profundas. Con argumentación, pero sin entrar en un tono plomizo. Que den ganas de seguir leyendo.
Liberada de quehaceres domésticos para poder disfrutar del mensaje (en mi casa afortunadamente hombres y mujeres hacen de todo, sin diferencia), supliqué silencio. Elevé un poco el volumen del televisor y me ayudé de los subtítulos. A los míos les dejé claro que para mí era vital el mensaje de Navidad del Rey.
— Al que oiga cantar un villancico mientras veo la televisión, que se despida de cenar con tranquilidad esta noche.
Pensé en contar, por si alguno no lo sabe, que no es un texto que escriba el Rey sin contar con nadie. El discurso siempre lo supervisa el Gobierno. Todos los discursos. Lo dice la Constitución, el artículo 64: “Los actos del Rey serán refrendados por el Presidente del Gobierno y, en su caso, por los ministros competentes”.
Le faltó emoción. No digo que sea necesaria en un acto como este. Pero yo la eché de menos. Seguridad sí que observé en Felipe VI. Su gestualidad tampoco ayudaba a la comprensión del mensaje. Pero quedó institucional y solemne, que es lo que se pretendía.
No había acabado el discurso cuando recibí el primer WhatsApp: “Querida Ana. Te voy a dar algunos brochazos sobre la intervención de Felipe VI. No me puedo extender demasiado. Ya sabes, esta noche es Nochebuena. A mí me sigue chirriando el tono del discurso, la estructura sintáctica y semántica, el exceso de subordinación. Es un mensaje con dificultades para conectar con el español medio”.
Nada más terminarlo saltó el otro: “Ana. La lectura del mensaje de Navidad tiene tantas posibilidades como partidos políticos. El Gobierno creerá que avala sus políticas. La oposición declarará su sintonía con el Monarca. Otros aprovecharán el discurso para reivindicar sus posiciones. Lo de siempre”.
Yo no podía esperarme a qué decían los distintos medios de comunicación, sus valoraciones. No tenía con qué comparar. Tampoco debía arriesgarme a introducir opiniones. Así que rápido, rápido escribí la pieza. La colgué en la edición online y regresé a los festejos hogareños.
Noche sin ruido, por favor
Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad, como dice el villancico. A mí me encanta el jolgorio, aunque me molesta demasiado el exceso de ruido en estas fiestas. Todo el mundo habla más alto que de costumbre. Lo que peor llevo son los ruidos de los petardos. Algunas veces tengo la tentación de quitarme el procesador del implante y refugiarme en el silencio. Pero pronto se me pasa. Porque no quiero perderme nada de lo que suceda en mi casa. A veces hasta son divertidos los miembros de mi familia. Hoy somos siete a la mesa. Mis padres, mi hermano, mi tío (no podía faltar) y una pareja, amigos de mis padres, Sara y Agustín.
Con el deber cumplido decido pasar la noche lo mejor posible. Pero mirando de reojo la televisión. No sea que suceda algo raro en algunos de los programas especiales y luego tenga que escribir sobre ello. No voy a subir el volumen. Entre los subtítulos y la intuición espero comprender todo lo que necesito.
Hay trucos para intentar no perder detalle; afortunadamente para mí en casa tenemos una mesa redonda lo que me permite atender a todos los invitados, oírlos mejor y leer los labios si es necesario; si me siento de espaldas a la pared evito ruidos traseros; y nada de música que pueda interferir en la posibilidad de mantener una conversación fluida.
Me encanta conversar: política, famoseo, cine, lo que caiga. En broma o en serio. Y dejar mi huella humorística.
— Soy Anita Campana. Y esta noche vamos a partir con la pana. Hoy ya no va a ser, pero la próxima reunión familiar os reto a un karaoke como Dios manda. Sé que no tengo las mejores condiciones para brillar en este noble arte, pero de lo que se trata es de divertirse.
Mi desafío fue bien recibido, aunque todos saben en que probablemente quede en una bravata.
Para favorecer la comunicación entre nosotros pensamos en fijar unas normas relativas al uso del móvil durante la cena y la sobremesa. Solo cinco minutos a las y media y a las en punto. Esto valía para redes sociales y googleo, pero con las llamadas de gente importante podían saltarse “la prohibición”. En uno de esos recreos me entró un WhatsApp que me dejó ojiplática: “Anita, soy el director. Le he pedido tu número a tu jefe. Quería felicitarte las fiestas y aprovechar para darte la enhorabuena por tu artículo”. Seguí la fiesta encantada, sin atreverme a mostrárselo a nadie.