A los veintitantos se está muy bien casa, con los tuyos, aunque a mi hermano le entusiasma buscarme las vueltas. Con el tiempo he comprendido que se trata solo de un juego, y que con paciencia puedo desarmarle. Está claro que mis padres dirigen la organización, pero se me tiene en cuenta. Opino, se me escucha, se hablan las cosas. Tengo plena libertad para entrar y salir. Todos funcionamos con respeto para evitar molestar al otro.
Ahora mismo no es una prioridad para mí independizarme, por mucho que esté de moda “la independencia”. Cada cosa a su tiempo. Ya llegará. Paso muchos fines de semana fuera, en casa de amigos o de viaje. Tengo espacios para mi intimidad. Y me sigue gustando compartir mi tiempo con mis padres y hermano. Y mi tío, que gasta tanto tiempo en casa que parece que vive con nosotros
Los que quieren emanciparse o los que lo necesitan, porque su familia vive en distinto lugar de su espacio de trabajo, chocan a menudo con la imposibilidad de equilibrar ingresos y gastos, otra conciliación imposible. “Maldito parné”, que decía la copla. Cuentan los veteranos del lugar, que todavía quedan, que hubo en tiempo en que la profesión periodística estaba bien pagada. El resto de la historia ya se sabe: crisis económica, reconversión, despidos masivos, transformación del modelo de negocio. Yo no me metí a esto para comprarme un yate. Me gusta mi trabajo. Pero me gustaría que alguna vez, no muy lejano en el tiempo, me permitiera vivir sin demasiado funambulismo.
Todavía recuerdo una “pillada” de mis primeros días de becaria. Estábamos los recién llegados en un corrillo en mitad de la redacción, comentando en qué sección nos habían encajado a cada uno, nuestras expectativas, nuestros miedos, cuando salió el tema del sueldo.
— Un poco justita nuestra beca. ¿No? —comentó Carmen, de la sección de Diseño, sobre el puñado de euros que íbamos a recibir.
Hubo un pequeño guirigay en la conversación con apelaciones varias y distintas a la vocación, a los derechos laborales y al futuro de la profesión. En determinado momento quise que se me oyera.
— Supongo que aquí ninguno estamos para hacernos millonarios, pero no olvidéis nunca que los trabajos son para ganarse la vida, no un complemento para gastos de fin de semana.
Y ocurrió lo que suele suceder, sobre todo a mí. Que de todas las personas que hablaron a la única que se me escuchó fue a mí. Es decir, que cuando comenzaba a lanzar mi diatriba pasaba justo al lado de nosotros un señor con pinta de jefe. Luego supe que era Pedro López, adjunto al director, una especie de consejero.
— Tengo que decirle —comentó entonces dirigiéndose solo a mí— que mucha gente pagaría por estar hoy en el mismo lugar que se encuentra usted — Con el tiempo comprendí que esta era una famosa frase hecha que se transmitía de generación en generación—. Así que dé gracias por haber sido elegida para aprender con nosotros.
Él se marchó sin haberme preguntado el nombre. El grupo se disolvió y cada uno de se marchó a su sección.
La familia y uno más
Mi padre dice que con mi tío somos “La familia y uno más”. Me ha explicado muchas veces que era una película que programaban en la televisión en blanco y negro de su época. La familia es muy importante. Así lo vivo. Otra frase de mi infancia que mi padre repetía cuando había disensiones en las excursiones dominicales era “La familia que reza unida permanece unida”, del padre Peyton. A partir de esta sentencia se pueden hacer multiples variantes. En mi caso, el apoyo de mi familia ha resultado vital para salir adelante. Y me atrevería a lanzar mi version del famoso dicho de Peyton: “La familia que acude unida a terapia permanece unida”.
Yo soy una persona independiente gracias a mis padres, a mi hermano, a mi tío. Y a mis amigos. Todo han sido ayudas desde el principio. Gracias al proceso de cribado neonatal detectaron que tenia problemas de audición. Según los expertos es vital la detección temprana para enfocar las soluciones. Como podréis comprender, yo no me acuerdo de aquellos meses. Tampoco de la intervención quirúrgica para realizarme el implante coclear. Lo único que sé es que las fotografías y vídeos que tienen mis padres de esos tiempos muestran a una bebé sonrosada y con una sonrisa casi perenne.
Mi “problema” es genético. Mi madre oye perfectamente, pero otros miembros de su familia ya tuvieron problemas de este tipo, aunque no tan graves como el mío. Mi hermano mayor, por ejemplo, oye bien. Pero claro, hay que estar vigilantes por si el problema aparece. Y aquí entran las dudas sobre el futuro. Todavía soy joven para pensar en si quiero formar una familia. Pero ya me está pesando la posible herencia que podría dejar a mis hijos. Es pronto, supongo, para tomar decisiones, pero no cabe duda de que habrá que tomarlo en cuenta. A favor de la idea diré que a mí me ha ido perfectamente con el implante y que confío en que el futuro de la tecnología permita que estos aparatitos sean cada vez mejores.