Querido diario, toca cerrar curso, temporada, a punto de otra etapa. Voy a intentar con todas mis fuerzas que las circunstancias que nos rodean a todos no impidan que pueda tener unas dignas vacaciones. Que descanse o no ya va a depender de mis ganas de juerga y de las posibilidades que estén a mi alcance. De momento voy a cerrar esta aventura contigo, diario de mis confidencias.
—Anita. Solo por reconfirmar. ¿Tú te venías con nosotros a la playa la primera quincena de agosto?
Mi madre es insistente. Necesita que le digas las cosas mil veces. Y no es porque oiga mal. Ella es así. Lo que voy a hacer con esas otras dos semanas es todavía una incógnita. Estoy abierta a planes con amigos, pero no descarto alguna escapada sola. No es una mala idea perderse un poco, quizá para poder encontrarse. Pero tengo una duda: ¿España o el extranjero? No tengo carné de conducir y los transportes, especialmente el avión, ahora mismo me dan un poco de respeto. Todos tan cerca que parecemos mercancía.
¿Y el destino? Esa es otra. Siempre he evitado estancias prolongadas en lugares muy apartados. No es que me importe el aislamiento. Ahora que solo me lees tú lo puedo decir: me da pánico estar alojada allá donde Cristo perdió el chaleco y que me falle el implante. Pero la tecnología, cuando está al servicio de las personas, acude siempre en nuestro auxilio. Por la prensa me he enterado de que hay un programa que permite programar el procesador a distancia y otras prestaciones. Tú acudes al hospital más cercano que disponga de este servicio y allí solucionan tus problemas. Y todo gracias a una conexión a internet. Y yo me pregunto: ¿cómo se podría vivir antes de la era de internet?
Lo llaman telemedicina. Ya me imagino algo parecido a las videoconferencias para la reunión de redacción. Debería consultar si la marca de mi procesador puede tratarse por control remoto y si hay algún hospital cerca de donde tenga pensado ir. Mucha tarea. Me da cierta pereza. Funcionaré como siempre, que me ha ido casi bien, salvo algunas anécdotas que ya te contaré, querido diario.
Hasta para irme un fin de semana preparo mi equipaje con mucha anterioridad. Maleta grande, ande o no ande. Todo por duplicado. Y nunca falta el kit de secado y almacenamiento, las baterías. A veces tengo la sensación de ser Dora la exploradora, preparada para cualquier eventualidad. Como soy muy previsora nunca me olvido de nada. O casi.
Aquí viene la anécdota. Aeropuerto de Madrid. De antes de la pandemia. Ahora los controles son para evitar contagios. Antes por asuntos de seguridad. Pues resulta que se me olvidó comentar al personal que había en el escáner que llevaba implante y de mostrar el documento que así lo confirmaba para no pasar por el arco. Justo un poco antes de cruzar me di cuenta del error. Lo peor vino después, cuando me puse a buscar el documento. Revisé una y mil veces el equipaje de mano, el bolso. Hasta que lo encontré en un bolsillo de la cazadora. Qué despiste. Vamos a decir que tenía mucho sueño porque había dormido poco (en este caso los detalles no importan). Finalmente pude volar sin problema.
Otra duda, una vez que decida adónde voy: ¿hotel? ¿apartamento? A mí no me ha pasado, pero sé que las posibilidades de que en un hotel le den la misma llave que a ti a otro turista son bastantes. Solo de imaginarlo me entra un sudor frío. Tengo por costumbre quitarme el procesador antes de acostarme, como todos los que usamos implante coclear, vamos. Son momentos de silencio absoluto. Si alguien entrara en mi habitación mientras duermo no lo oiría. El susto que me llevaría sería mayúsculo. Así que me inclinaré por apartamento, por alguna de estas aplicaciones para encontrar lugar de vacaciones. Y si algún amigo o amiga me invita a su pueblo, pues que me apunto, aunque no haya verbena. Lo que sea para desconectar, para regresar a mi normalidad.
No me imagino cómo podrían ser las fiestas ahora si se permitieran, la sensación de bailar con mascarilla. Demasiada gente. Alto riesgo, y no solo por el ruido. Yo tenía a veces problemas de comunicación en lugares con la música a todo trapo. Aunque no me importaría volver a tener los mismos conflictos de antes de la pandemia de COVID-19, porque sería como si el mundo regresara a lo que era: yo bailando como si no hubiera un mañana. Mientras tanto se puede disfrutar de la música con los conciertos que bandas y solistas están ofreciendo en las redes sociales.
Y aquí acabo el diario, con un hasta siempre. ¿Qué por qué lo dejo? Por nada en especial. Me he divertido muchísimo, me ha hecho reflexionar, pero soy un poco culo inquieto. Quiero probar otras maneras de comunicarme, conmigo y con los demás, aparte de lo profesional, claro. Voy a dedicarme a una red social que tengo algo abandonada. Instagram a tope. Es lo que toca.