Mi segunda llamada a despacho. En mi periódico se ventilan muchos asuntos en la cafetería, en los pasillos, incluso en los baños. También, claro, por WhatsApp o Telegram. A veces pierdo el control de los grupos de redacción en los que estoy metida. Que suene el teléfono fijo de tu sección ya es noticia. Pero lo que vino después me produjo cierta intranquilidad.
— Ana. El director quiere verte ahora en su despacho. ¿Tienes cinco minutos?
Lo entendí perfectamente. En otras ocasiones me cuesta. Pero todo sonó alto y claro. Yolanda Sastre, la asistente de Juan Ramos, me comunicaba que el gran jefe quería hablar conmigo. ¿Algo que temer? ¿Alguna metedura de pata? Por más que repasaba en mi cabeza no hallaba el motivo de esa reunión, que yo no tenía agendada. La primera fue con el subdirector de Información. Aquella vez fue para bien. Carlos Seco me invitó a formar parte del equipo de campaña electoral. ¿Segundas partes alguna vez fueron buenas? La verdad es que suelo recibir felicitaciones por mi trabajo. No parece que anden descontentos conmigo. Incluso el director me llamó personalmente para darme la enhorabuena por mi artículo sobre el Mensaje del Rey en Navidad.
Entré en la antesala con toda la decisión. Sin embargo, no estaba del todo tranquila. Y me llevé la mano al implante como un gesto inconsciente defensivo. A la puerta del despacho estaba el director, que me esperaba sonriente. Dio unos pasos hacia mí y me saludó.
— Pasa, Ana. Tengo un día de locos. No voy a poder dedicarte mucho tiempo.
Antes de sentarme mis ojos dieron un rápido repaso por la sala. Muy funcional, nada ostentosa.
— Algún día tendrás un despacho como este, o mejor—dijo sin perder la sonrisa—. A pesar de esas palabras no podía evitar estar nerviosa. Él continuó.
— Bueno, Ana. Sabes que estamos muy contentos con tu trabajo. Ya te avanzo que a medio plazo tenemos pensado que te foguees en alguna otra sección de más relieve en el periódico. Todas son importantes, ya lo sé. Pero normalmente Política se lleva la palma, aunque ahora vivimos tiempos en que compite duramente con Salud y Deportes.
Hizo un parón en su discurso, buscando mi asertividad en la comunicación no verbal. Yo solo pude devolver la sonrisa, aunque no estoy segura de que no pareciera forzada.
— Al grano. Tengo un buen amigo, directivo de una compañía del IBEX. Permíteme que aún me guarde el nombre de la empresa. Su director de Comunicación se jubilará en ocho meses, y quiere contratar a una persona joven, dinámica, que pueda en estos momentos echar una mano en departamento, pero con el propósito de sustituir al jefe cuando se marche a casa.
— ¿Yo? —solo pude decir esto.
— Yo no quiero que te vayas, que quede claro. Pero me han pedido un nombre y tú das el perfil, sobre todo porque aprendes a velocidades de vértigo. Claro que te queda, y tal vez no sea el momento ahora para dedicarse a la comunicación corporativa. Pero es tu nombre el que me ha venido a la cabeza y tenía que consultártelo. No es una propuesta ni una invitación. Una persona muy cercana a mí solicita mi ayuda. Yo mismo te voy a dar pros y contras. Vas a ganar más dinero que aquí. Vas a tratar a gente muy influyente.
Pero no vas a poder sentir la satisfacción de dar noticias. No tienes que decidir ahora mismo. Piénsalo bien. Si tienes alguna duda sobre el asunto, ven a verme y lo hablamos.
— Vale—. Así de escueta respondí.
Salí del despacho con el corazón a mil por hora. No hay prisa. Ya diré sí, no o tal vez. Pero necesitaba calmarme. El ambiente de esos momentos en la redacción no favorecía mi tranquilidad. Los artistas, en sus giras de promoción, acuden a todos los medios. Diversas son las fórmulas: entrevistas, chat con los lectores, actuación en streaming. A mí no me alteran los famosos porque no soy especialmente mitómana, pero por lo que estaba sucediendo muchos de mis compañeros sí eran auténticos fans. Hoy le tocaba el turno a Alejandro Sanz, que se iba a someter a las preguntas de los aficionados a través de un chat. A mí me despierta mucho interés, pero quizá no era la ocasión más propicia para que me centrara en él.
El guirigay que se formaba a su paso es para contarlo. Becarios, algún redactor jefe… El cantante era aclamado por la mayoría de los presentes en su paseo hasta la sala donde se iba a realizar el chat. Qué jaleo. Cuánto ruido. Y yo que precisamente necesitaba tranquilidad para poder reflexionar. El ruido es nocivo para todo el mundo. Nos persigue, nos abruma, nos puede hacer enfermar. Yo lo percibo como un elemento que distorsiona y que me limita a la hora de comprender los distintos mensajes que me llegan. Me crucé con mi jefe, que me dijo algo. Yo hice un gesto de afirmación, de mensaje comprendido, sin demasiado entusiasmo. Yo creo que él se percató de que no le había oído.
En días así cobra más fuerza el mensaje de la publicidad que nos muestra la cara amable del silencio. Si yo me quito la parte externa del implante coclear, no oigo casi nada… nada para ser más exactos. Cuando se busca el aislamiento, la tranquilidad, puede resultar casi terapéutico. Me senté en mi puesto, envié un mail a mi jefe diciéndole que iba a salir. Necesitaba tomar el aire. Para pensar.
Caminé bastante, absorta en mis pensamientos, que ahora sí me venían con más facilidad. No me costó mucho llegar a la conclusión de que quería centrarme en el periodismo escrito, que tal vez, quién sabe, pudiera tener otra oportunidad en la comunicación corporativa. Pero lo que hoy me estimula por encima de todo es por contar lo que sucede a los lectores. Ya solo me queda decírselo al director.