Algunos días de poco movimiento informativo en lo mío echo de menos los momentos que me tocaron vivir en la campaña de las elecciones generales del 10 de noviembre. Al menos había algo de tensión. La de hoy ha sido una jornada de las que pasan muy lentas. Hasta que cambió el sentido de las cosas. Por mucho que rebusques no hallas buen material para ofrecer al jefe. Me gusta mucho colaborar con otras secciones, pero una vez que he cumplido con la mía. Por eso me agradó que el responsable de Comunicación me leyera el pensamiento.
— Vamos, Anita. Hoy voy a liberarte porque no hay nadie librando y está casi todo el pescado vendido. Seguro que en esta redacción podrás encontrar hoy mejores motivos para ejercer tu profesión —me dijo.
Atenta a la jugada estaba Julia Ramírez, que no quiso dejar de escuchar lo que estaba pasando y que aprovechó la coyuntura.
— Anita. Nosotros te acogemos. Me faltan manos y cerebros para todo lo que tengo pensado. ¿Te apuntas?
Cómo iba a decir que no. Julia Ramírez era una referencia entre los periodistas de Sociedad. No llegaba a los 40 años, pero ya se podía considerar una veterana, una auténtica maestra. Así se la consideraba en la profesión y así lo creía también yo.
— Pues claro. Cuenta conmigo, Julia.
— Te explico entonces lo que quiero que hagas —Y hasta ahí pude entender. En un breve lapso de tiempo las palabras me llegaron fragmentadas. Me esforcé, pero no pude comprender bien el tema que me estaba encargando.
Si no capto bien el mensaje habitualmente pregunto y repregunto, e incluso me llevo la mano o algunos dedos al oído para que el interlocutor se percate de mi discapacidad auditiva. Pero en ese momento me dio cierto pudor. Hice un gesto de afirmación, de mensaje entendido, quizá sin demasiado entusiasmo. Ella preguntó.
— ¿Todo comprendido, entonces?
Fallo mío. Tuve una segunda oportunidad y la dejé pasar… Lo que había llegado a mi cerebro es que esa periodista a la que tanto admiraba me había pedido algo sobre “La estación de las abogadas”. Pensé que tal vez era un homenaje feminista. No lo tengo por qué saber todo. Buscaría en internet. Ya metida en ese laberinto intentaría salir lo más airosa posible.
Regresé a mi lugar de trabajo, a mi ordenador, con mis favoritos y mis atajos. Solo pensaba en superar el bloqueo que estaba empezando a sufrir. Porque en el fondo yo sabía que no había oído bien qué se esperaba de mí. Introduje “La estación de las abogadas” en el buscador de Google: 136.000 resultados. Obviamente solo me detuve en los primeros. Nada a la vista. Y en noticias, 5.040. Tampoco nada.
No podía pensar con claridad. Buscaba respuestas a mi falta de comprensión. Son cosas que pasan. Ya me ha ocurrido otras veces. Es lo normal. Un implante coclear o un audífono no son como unas gafas. No funcionan siempre igual. Depende de muchos factores. También del ruido. Esta redacción no suele ser muy ruidosa, pero había algo de ambiente festivo, más murmullos, alguna carcajada.
Estaba empezando a desesperarme. Ante mí solo tenía dos opciones: reconocer que no había entendido la tarea encomendada o ingeniar alguna treta para volver a hablar con Julia y que me diera pistas. Y a esta última opción me agarré. Y a ella acudí. Para salir de dudas. Tenía hasta el discurso preparado. Sería algo así.
— Julia, disculpa. ¿Cómo quieres que lo enfoque? ¿Tipo crónica con declaraciones o más bien como reportaje?
Pero a medio camino me lo pensé mejor. Si volvía a ocurrirme lo mismo, qué horror. Improvisé una visita al baño, no prevista ni necesaria entonces. Y se me ocurrió preguntarle lo mismo, pero por mail. Así tendría plena seguridad de que comprendería el mensaje. Desde mi sitio pude comprobar que estaba hablando por teléfono, aunque contestó con rapidez a mi correo electrónico: “Sobre la gestación subrogada se ha hablado mucho en campaña electoral. Me interesa cómo está legislado en países del entorno y la comparación de precios. Para hacer una especie de ranking. Puedes hablar con algunos de nuestros corresponsales para que te abran camino. No te preocupes. Igual necesitas algún día más para terminarlo. Prefiero que lo hagas bien a deprisa y corriendo. Aunque esto sea un periódico”. Lo acompañó con un emoticono que parecía estar partiéndose de risa, pero de mí.
Gestación subrogada. Vaya “momento teniente”. Dicen que la expresión “estar teniente” tiene que ver con que los militares de esta graduación eran los encargados de recibir las peticiones de la tropa para hacérselas llegar a oficiales de más alto rango. Lo normal es que hicieran “oídos sordos” a las demandas. Algunos programas de humor usan las coincidencias fonéticas de canciones. En aquel instante yo no estaba precisamente para bromas. Por supuesto no era el primer “momento teniente” de mi vida. Ni sería el ultimo. Pero este, en el trabajo, me había enfadado conmigo misma. Seguramente dentro de unos días me provoque la risa, e incluso lo comente con la otra parte del diálogo. Pero eso, como decía el escritor británico Rudyard Kipling, es otra historia.