—Campana. Este año vamos muy retrasados en la confección de los cuadrantes para vacaciones. No ha sido para menos. Así que ya puedes empezar a pedir por esa boquita.
Mi jefe estaba contento. Se le notaba, a pesar de la mascarilla. Vacaciones. Palabra mágica. Tenía bastante asumido que como era de las últimas en incorporarme también estaría en el furgón de cola a la hora de elegir. Pero me sorprendió, vaya que si me sorprendió
—Tengo una cosa que decirte, Campanilla. Y voy a aprovechar que tus compas disfrutan de su tertulia matutina.
La verdad es que estaba algo inquieta.
—Por motivos personales que no vienen al caso prefiero trabajar el mes de agosto. Así que me gustaría que te fueras el mes entero, de un tirón, lo más lejos que puedas para olvidarte de nosotros.
—Gracias, es todo un detalle. Lo pensaré —contesté.
—La verdad es que no es una oferta. A ver cómo lo digo para que lo entiendas. Está hablado con las altas instancias. Quiero que en julio me sustituyas como responsable de la sección. Por eso te propongo agosto para ti, porque en septiembre supongo que ya habrá bastante jaleo.
Le miré con cara de “¿Por qué yo?”.
—Pensamos que te va a venir muy bien. Confiamos plenamente en ti. Y cuando tengas alguna duda de criterio, consulta al subdirector que esté de guardia. Todos te van a ayudar. Y los compañeros tienen un gran respeto profesional por ti.
Así que no me quedó más remedio que pedirme agosto, lo que me permitiría poder acompañar a mis padres en sus habituales vacaciones a la costa (es lo que estaban planeando). Y tal vez aproveche para hacerme una escapada con alguna amiga o incluso sola. No sé si un mes entero con mis padres, mi hermano y mi tío, aunque sea con playa, será un poco empacho, sobre todo después del confinamiento. Me tengo que reír solo de imaginarlo.
Me encanta el mar, también la piscina. Aunque tener que quitarme el componente externo del implante para bañarme me corta un poco, me deja de alguna manera vulnerable. Y el buceo, aunque podría, no me ha llamado nunca la atención. Me costó comprender que el agua no afecta a la parte interna del I. C. Este año además va a ser todo muy raro, con aforo limitado en playas y otros recintos.
Los veranos forman parte de ese territorio particular, ese paraíso perdido de la infancia y la adolescencia. A mis padres no les gustaba repetir lugar de vacaciones, así que no pude hacer un grupo de amigos estable al que seguir frecuentando año tras año. Y cuando lograbas enganchar con algunos de tu edad era muy bello, pero al tiempo melancólico.
Y esa especie de golpe en mitad del pecho. Esos momentos que en nuestra memoria permanecerán para siempre como algo único. El dolor de dejar a esos grandes amigos, la angustia de no saber si volverías a verlos. Adiós a tantas cosas. Era una sensación triste, pero ahora, cuando lo recuerdo solo puedo sonreír. Pero hubo uno muy especial. Hace un poco más de 10 años. Se juntó una pandilla muy divertida. Muchos nos conocimos en la piscina de la urbanización donde estaban los apartamentos. Quiero guardarlo todo muy dentro e iluminar mi cara. Era un grupo heterogéneo, al que siempre se añadían nuevos miembros, pero otros salían. Todo era tan fresco.
Conocimos a Andrés en el paseo marítimo, una noche que curioseábamos entre puestos de artesanos. La verdad es que conectamos desde el primer momento. De manera recurrente ocultaba el implante coclear con mi pelo. Quería gustar a ese chico y pensaba que eso tal vez le echara para atrás. Mientras paseábamos todos, él y yo buscábamos retrasarnos para contarnos, para hablar, para fraguar complicidades. Andrés era muy sensible, muy especial. Yo estaba encantada con él.
Una noche, una más de festejos, una tanda de fuegos artificiales dio paso a una sesión de petardos. Se tapó los oídos y me miró con la cara desencajada.
—Vámonos de aquí, vámonos, Ana, por favor.
A mí tampoco me gusta la pirotecnia, pero aquello era muy raro. Nos alejamos bastante de la zona donde estaba montada la fiesta. Así pudo contarme, ya más tranquilo, que era hiperacúsico, que no toleraba los ruidos intensos, que a la vuelta del verano iba a comenzar un tratamiento. Me inspiró tanta ternura que a mí solo se me ocurrió apartarme el pelo para que viera con nitidez que llevaba implante coclear. Tan diferentes, tan parecidos. Fue el mejor verano de esos tiempos en los que todo parece especial. Después volvió la normalidad a imponerse, poco a poco. Nunca más volví a verle. La comunicación se fue apagando, poco a poco. Mi familia no volvió a aquel lugar. Hubo más pandillas y más veranos, pero aquel no lo olvidaré nunca.