F. llegó a su lugar de trabajo de los dos últimos meses con su moto, como siempre. Pero era un día especial. La primavera se había cortado de repente y una intensa nieve cubría Madrid. Él pasó frío. No se esperaba tanto descenso en las temperaturas. De alguna manera se sentía desprotegido y así lo hizo notar en cuanto entró en el pequeño despacho al lado de la sala de juntas. Allí estaban otros dos asesores, entusiasmados, gesticulando a la vez que explicaban las novedades.
“Hoy no llevo audífono”. F. dirige una empresa de consultoría. Por su cabeza han pasado las campañas de las principales empresas españolas. Imagen, sonido y mensaje. Ahora ya está de retirada. Pasa los sesenta, pero no quiere jubilarse. Disfruta como un niño todavía, a sus años. Goza de un prestigio merecido. Es el forjador de lo que ahora llaman “el relato de las cosas”. Con sus ideas los grandes personajes resultan más convincentes ante sus accionistas o socios.
“Hoy no llevo audífono”. Volvió a repetir sus palabras porque pensaba que sus interlocutores no se habían percatado de su llamada de auxilio. Exhibió cierta ternura al quedarse desnudo de esa manera ante el mundo. Los dos ejecutivos no supieron muy bien cómo actuar. La intuición les llevó a hablar más despacio, más alto y mirando a la cara a F. Éste asentía a las declaraciones, pero a veces no respondía a las interpelaciones.
“Hoy no llevo audífono”, repetía para sus adentros. No quería perderse ni un detalle de la conversación. Por eso no dudaba en transmitir que no había entendido algún pasaje y que se le repitiera. “Mañana ya todo irá mejor”. Los compañeros de fatigas eran más jóvenes de él, pero carecían de petulancia y reconocían su magisterio. Ese día, con la nieve afuera cayendo sobre Madrid, se hizo un poquito más grande a los ojos de los demás.