Los capítulos amargos de su juventud no se quedaron en simple anécdota. Rosa sentía que barreras de todo tipo se levantaban a su paso. Por un parte se consideraba afortunada, pues gracias a los audífonos podía llevar una vida muy parecida al resto de las personas que no necesitaban esa ayuda para poder oír bien. Pero la desconfianza crecía en su interior por la amargura de sus desafortunados episodios vitales.
“La gente de mi entorno me apreciaba. Mi familia siempre se ha portado maravillosamente conmigo. Objetivamente no tenía motivos para quejarme. Pero las pocas burlas que sufrí me hicieron mucho daño. De nada valían los mensajes de ánimo que recibía de los míos”, explica Rosa sobre aquellos años.
No llegó a aislarse en su casa, pero cuando salía con los amigos mantenía una actitud muy reservada, como ella mismo reconoce: “Y de los chicos durante una buena temporada no quise saber nada. No quería volver a llevarme un chasco”.
Los muros no duran para siempre. A veces se caen sin apenas darnos cuenta. Así entró en su vida Manuel, casi sin querer. Cuando Rosa quiso darse cuenta, ya se había quitado de dentro bastante de las prevenciones con las que se había protegido en los últimos tiempos. A él no le importó en absoluto que ella llevara audífonos. Y de la atracción mutua pasaron a una relación. Unos años después siguen juntos. Con dos niños. Son una familia como cualquier otra. “No me gusta usar refranes ni frases comunes, pero creo que encontré la horma de mi zapato”, comenta ella cuando se le pregunta.