Ya está aquí, ya llegó. Y lo ha hecho para quedarse, aunque sea por un tiempo que esperemos sea corto, pero que de momento se dibuja como indefinido. La ansiada nueva normalidad se ha establecido en nuestras vidas con el nuevo curso académico y con ella, una batería de nuevas medidas de seguridad sanitaria que no ha dejado indiferente a nadie, sea una persona con discapacidad auditiva o no.
La nueva normalidad llegó de la mano del gel hidroalcohólico, la distancia de seguridad, las reuniones en petit comité, las nuevas formas de comunicarnos, las mascarillas y las mamparas transparentes, entre otros. Y es que, este nuevo escenario, novedoso para todos, entraña una dificultad añadida a la que nos debemos enfrentar el contingente de personas sordas. Otro hándicap más a sortear, disfrazado de mascarilla o de mampara protectora que se convierten en otras barreras de comunicación a las que hacer frente.
Pero no nos engañemos: que esto es nuevo para todos, oigamos más o no. Que las gomas de la mascarilla duelen en todas las orejas, tanto en si tenemos oídos que funcionan bien como si tienen alguna carencia. Que todos hacemos un esfuerzo extra para subir el tono y vocalizar mejor para que se nos entienda cuando la llevamos puesta. Y es que no solo nos llenan de vaho las gafas, sino que también nos empañan la interlocución y nos han obligado a armarnos de paciencia para hablar más claro y más alto. A todos.
Por no hablar de las mamparas transparentes instaladas en los comercios y en otros establecimientos público. Ese protector gigante, que en ocasiones presenta un aspecto de ligera opacidad o suciedad, reducen nuestra visibilidad de nuestro interlocutor y nos fuerzan a desarrollar la paciencia o la capacidad de vocalizar mejor, entre otras herramientas para hacer más viable la interlocución.
Y esto, que parece una tontería, nos está demostrando que las personas sin problemas de audición también requieren de la gesticulación facial y de la lectura de los labios para tener una comunicación más confortable. Entonces, ¿hay ahora más personas sordas que antes? ¿O hay muchas más personas que nunca habían hecho frente a una situación de dificultad comunicativa similar a las que afrontan a diario las personas sordas? De alguna forma, han crecido los diálogos de besugos con el pescadero y se han multiplicado los momentos teniente con las fuerzas del orden y de la ley (y nunca mejor dicho).
A las nuevas barreras de comunicación adquiridas de la mano de la COVID-19 hay que sumarles otros condicionantes que nos acompañan día a día y que entorpecen aún más la contienda como son, por ejemplo, las prisas, el ruido o ese vicio tan español de hablar todos a la vez e interrumpirnos unos a otros.
Sea como fuere, las situaciones de dificultad comunicativa se suceden y el caso es que parece que ahora nos cuesta más comunicarnos presencialmente a todos, tengamos sordera o no. Es como si por un momento, las personas que oyen bien se hubieran puesto en la piel de las que no y sintieran lo agotador y lo frustrante que resulta no oír (o no oírlo todo) y perderse entre frases sin sentido.
Una vez que las mascarillas y mamparas ya no estén y todo termine (ojalá que sea más pronto que tarde), ¿se quedarán con nosotros estos nuevos hábitos de vocalización y empatía desarrollados al albur de esta nueva normalidad? ¿O nos olvidaremos todos de que, por un tiempo y siempre en términos de discapacidad auditiva, todos fuimos iguales?