Guillermo llegó a la empresa de servicios donde lleva tres años trabajando de una manera habitual. No le importa decirlo. A falta de estudios uno tiene que tirar de conocidos. Y a su padre le unía cierta amistad de juventud con uno de los socios de la compañía. Pero no se considera un enchufado. Cumple con los cometidos. Y hasta ahora no habido quejas. Empleado de finca urbana. Así dice el contrato. Aunque sabe que antes se llamaban porteros o conserjes.
Sus años de experiencia en mil y una labores le permiten afrontar cualquier imprevisto. Es lo que se llama “un manitas”, justo lo que más se necesita en su puesto de trabajo. Además, no se tiene que ocupar de la limpieza pues la empresa que gestiona la comunidad de propietarios dispone de una persona para ese menester. Se puede decir que está contento. No ha recibido trato discriminatorio por parte de los vecinos. Ya le conocen. Aunque siempre hay quien mira con curiosidad. A él no le molesta, pero gustarle tampoco.
Bueno, luego están ciertos niños. Alguno se debe pensar que no oye nada y por eso se atreven a realizar comentarios sobre su sordera, sobre el aparato que lleva en los oídos. “¿Es para escuchar música o para oír mejor?”, pregunta alguno de la pandillita. A lo que responde otro: “Dicen que son audífonos, pero yo creo que es un artilugio para espiar”. Ante ellos no puede esbozar la más mínima mueca que preludie una sonrisa. Pero le hacen gracia. No siente que le falten al respeto. Son niños y ocurrentes. Qué le vamos a hacer.