El año de la pandemia se terminó y toca mirar hacia el futuro con optimismo y esperanza, fijando la mirada en las vacunas que pueden poner fin a la crisis sanitaria. Con el plan de vacunaciones en la mano y asumiendo una nueva normalidad que aun dista bastante de la que ya conocíamos. Sin embargo, hay algunas cosas que han llegado para quedarse, por su alto contenido en comodidad, eficiencia, ahorro y versatilidad. Y no hablo de las mascarillas, si no de las videollamadas, ya sea a través del teléfono móvil, la tablet o el ordenador; o para uso personal o profesional, las vídeollamadas nos han abierto un nuevo horizonte de comunicación, ahora también para comunicarnos con personas sin problemas de audición que no tenían la necesidad de usarlo porque no les hace falta el apoyo visual.
Ahora bien: las videollamadas, que durante el 2020 nos han acercado a los nuestros aun en la distancia física y de seguridad, exigen también cierta destreza técnica, algo de preparación previa y un poco de empatía tanto con la situación como con los componentes de la reunión.
La presidenta de AG Bell, Catharine McNelly, publicó recientemente este artículo con algunos consejos y estrategias para mejorar el rendimiento comunicativo de personas con sordera o hipoacusia en reuniones a distancia. En él, la autora hace referencia a algunas de los detalles que pueden influir más en la buena marcha y participación de las personas conectadas en la reunión online.
En este sentido, disponer de un ambiente tranquilo, de un espacio silencioso, unos dispositivos de escucha de calidad y de un orden del día, entre otros aspectos, se convierten en imprescindibles a la hora de encarar el encuentro virtual. Muchas veces, con eso de que “no hace falta que me vean”, a veces nos soltamos la melena y nos repachingamos en el sofá, adoptando una mala postura que puede verse reflejada en el tono de voz y también en la calidad del audio.
Las estrategias planteadas por McNelly no tienen porqué aplicarse sólo al ámbito profesional: También las ciber-quedadas con amigos parecen en ocasiones auténticos escenarios de batalla por el jaleo, los atropellos a la hora de hablar y todas las licencias que nos tomamos al, por ejemplo, no poner el silenciador del micro cuando estás escuchando a uno de los participantes contar algo largo mientras tú aprovechas el tiempo para lavar y cortar verduras o mientras te echas a la boca algo crujiente mientras le escuchas, por ejemplo.
No cabe duda de que esta herramienta nos ha regalado muy gratos momentos, y también algunos vergonzosos. Hemos visto que no todo el mundo iba vestido por completo, que algunos no estaban donde decían estar, con quien debían estar y haciendo lo que debían hacer; nos ha servido para solidarizarnos con los padres y madres de familia que se las han ingeniado para entretener a sus vástagos en riguroso silencio mientras mantenían una reunión e, incluso, nos han servido para que nos vea el médico sin salir de casa.
Las videollamadas, cuyo origen se remonta a una llamada realizada en 1927 por Hebert Hoover en Estados Unidos, son ya compañeras de viaje desde hace años en el ámbito de las personas sordas. De hecho, en el caso de las personas signantes, es la única opción de comunicación interpersonal a distancia. Con la llegada del internet móvil, su uso ha ganado fuerza, pero ha sido con el confinamiento cuando se ha extendido a todos los rincones. Durante este año tan raro, las videollamadas nos han permitido celebrar cumpleaños en la distancia, realizar entrevistas de trabajo, contar un cuento a nuestros nietos y acompañar a nuestros mayores en sui largo aislamiento.
Algunos temían que la comunicación por vídeo pudiera sustituir a la interacción presencial, pero como animales sociales que somos, no hemos sucumbido a ello: seguimos prefiriendo estar con mascarillas, pero juntos, y poder tocarnos y sentirnos un poquito, aunque sea solo con el codo o con el pie. Y es que, aunque las videollamadas han acortado las distancias que la COVID-19 nos ha obligado a tener, aún están lejos de sustituir a la cercanía física.