Me bajo en el metro y luego tengo un paseíto hasta el periódico. Si las condiciones climatológicas resultan adversas, me subo al primer autobús. Tengo una parada justo a la puerta. Aquel día hacía un frío de esos de los que se gastan bromas. Por eso decidí coger el bus. No quería quedarme congelada como una estatua de hielo y que luego las televisiones hicieran conexiones en directo para hablar sobre la chica que se quedó helada.
En esos momentos no llevaba cargada la tarjeta de transporte. Así que tocaba dar el importe en efectivo. Un euro con cincuenta céntimos costaba el billete. Pagué al conductor con una moneda de dos euros. Al darme las vueltas me sorprendió la manera de dirigirse a mí.
— Aquí tienes. El billete y cincuenta céntimos.
Pero lo dijo a voz en grito. Para mí que casi se quedó sin aire. Tras un par de segundos de vacilación, intuí que se había percatado de mi implante y que pensaba que debía gritar para que pudiera enterarme. Me salió algo parecido a una sonrisa y me perdí autobús adentro. Cuando llegué a la redacción no había especialmente buenas noticias. Tampoco malas.
— No tengas mucha prisa, Campana. Parece ser que mañana no llevamos página. A no ser que suceda algo muy gordo, trabajaremos para internet solamente. Ya sabes, busca temas para reportajes, infórmate bien, bucea, bucea, que seguro que algo encuentras.
Ese fue el recibimiento de mi jefe. En un periódico dependemos de la publicidad. La paginación no puede ir más allá de lo establecido, salvo que un acontecimiento de gran magnitud obligue a replantearse toda la información. Y tocaba aguantarse sin espacio para contar cosas a nuestros lectores. Aunque somos un medio donde los redactores hacemos de todo, prensa y web, algunos compañeros están especializados en tener a punto la edición on-line. Esos nunca paran. Yo me lo podía tomar todo con más tranquilidad esa jornada. Pero no es de buen gusto pavonearse de la falta de tensión delante de gente que va al límite.
Busqué y busqué entre las noticias de agencias, las webs de la competencia, la prensa regional y la prensa internacional. Nada. O casi nada. Era un día de esos que mejor quedarse en casa. Entre el frío afuera y lo insulso de las horas que pasaban lentas no encontraba motivos para animarme. También me dio por buscar personajes interesantes para proponer al jefe una entrevista con ellos. Definitivamente, habría que esperar a otro momento.
Como el tiempo no acompañaba, decidí comer en el restaurante del periódico. Recluté a unos cuantos tempraneros, como yo, y nos fuimos en comandita. Yo prefiero ir sobre la una y media porque apenas hay gente. Es un local con los techos altos y si está lleno de gente me cuesta un poco seguir la conversación. Así que voy a primerísima hora. Y me ahorro los atascos.
Todo seguía absolutamente soso. Por eso algunos apostaron por pasar un rato por el gimnasio que tenemos cerca del trabajo antes de sentarse delante de su ordenador. Yo no soy de gimnasio. Prefiero correr. Nos llaman runners, y somos motivos de burla para muchos opinadores. Porque hay gente que de todo sabe y de todo habla. Entonces te dicen eso de que “correr es de cobardes” y otras lindezas por el estilo.
La tarde siguió más o menos igual de soporífera. Pero hay que estar de guardia. Por si salta la noticia. El periodismo es una profesión donde se calienta mucho la silla. Siempre por si acaso. En cuanto cerramos la primera edición se organizó una excursión al pub irlandés de la esquina. Corríamos el riesgo de que se nos pegara algún compañero no especialmente grato, pero era un local con un ambiente muy agradable.
Tengo fama de chica seria. Yo me considero una persona responsable, pero cuando se trata de la juerga soy muy fiestera. Me encanta ver a la gente pasándoselo bien. Tras sentarnos en una mesa bastante alejados de la barra propuse un juego.
— Queridos míos. Me gustaría invitaros a participar en una pequeña gamberrada. Me explico. Elegimos a una persona que esté en la sala, mejor cerca de nosotros. Y vosotros vais a intentar adivinar qué está diciendo. La jueza seré yo, que por mis particularidades físicas a veces recurro a la lectura de labios para mejorar la comprensión.
La adhesión fue unánime. Elegimos como primera víctima a un chico al que todos podíamos divisar. Estaba tomando una cerveza con una chica, con la que discutía acaloradamente. Yo marqué el momento de inicio del juego y el final. Bastaba con sacar un par de frases.
— Se ha referido a algo sobre la comida —dijo Raquel, experta en información política.
— Yo creo que va a quedar con una chica, mañana al mediodía —comentó Álvaro, diseñador gráfico.
— No, no. Lo que ha dicho es que le ha sentado fatal la comida del mediodía —explicó Rosa, mi chica favorita de la sección de Cultura.
Estaba claro. Todos intentaban intuir basándose en los gestos. Yo tenía toda la ventaja y el veredicto fue unánime.
— Ninguno se ha acercado. El muchacho se queja de que la chica no ha avisado a los técnicos de la caldera, que está estropeada. Y que ha tenido que volver a casa a la hora comer este mediodía a esperar la reparación.
Las risas indicaron que mis compañeros se estaban divirtiendo.
Nuestro nuevo objetivo era un muchacho más o menos de mi edad, que departía amigablemente con otros dos chicos. Pero pasó algo que me obligó a parar el juego ante las protestas de mis compañeros. Esta vez no iba a decirles de qué estaba hablando, porque él expresó que yo le gustaba mucho. Creo que me puse muy colorada.