El conocido presentador de “El Hormiguero”, Pablo Motos, triunfó en las ondas con un programa predecesor de éste último que se llamaba “No somos nadie”. en él, una de las secciones más vitoreadas fue, sin duda, la de “Momentos Teniente” donde, con muy buen criterio, el presentador y su cuadrilla hacían mofa de canciones en otro idioma que, de alguna u otra forma, contenían alguna estrofa que jugaban una mala pasada en los oídos de los castellano parlantes y venían a significar cualquier ridiculez imaginable. Nada más cercano a la realidad de cualquier “teniente” (o, más educadamente, “persona sorda o con deficiencia auditiva”) y de quien todavía no ha adquirido ese grado.
Las situaciones de incoherencia comunicativa son, sin duda, bien comunes en la vida cotidiana de cualquier persona. El ruido, el cansancio de la persona, la forma de hablar del emisor y otros factores ayudan a que el mensaje deba recorrer un arduo camino sólo digno de aquellos mensajes valientes que derriban todos los obstáculos sin caer abatidos. Sin embargo, cuando el mensaje sufre daños y la confusión se va haciendo evidente, el emisor debe mantener los pies en el suelo y confiar en que, realmente, “esto pasa hasta en las mejores familias”.
Vayamos con un ejemplo práctico algo común: La confusión entre los números seis y tres. Supongamos que vamos a pagar tres cafés en un sitio tan desconocido como sus tarifas para nosotros. El camarero dice que el precio son seis euros y lo que depositamos en la barra es tan sólo la mitad del precio. El camarero indicará que ése no es el precio y repetirá de nuevo el fatídico número: “Son seis”. Conscientes del ruido de platos, cafeteras, cucharillas, archiconocido barullo, pasos y bandejas y, lo más importante, asumiendo la deficiencia auditiva con la que convivimos, la reacción más común, basada en la confianza, es buscar en nuestro monedero tres euros más y salir del trance sin darle más importancia de la que tiene.
Lo mismo debería pasar, pues, con los “Momentos teniente” que se propician en los círculos más cercanos y que, de forma paradójica, causan las mayores desconfianzas. Una joven que cree entender que su madre ha dicho “No piensa” refiriéndose a ella cuando lo que se ha dicho realmente es “No pesa”, en relación a una maleta de mano. De todas las posibilidades fonéticas posibles, en familia, entre los nuestros, tendemos a imaginarnos la peor de todas y es ahí cuando dicen que “oímos lo que queremos”.
Ojalá, en ese momento, todo fuera un chiste del guión de Pablo Motos. La desconfianza que se crea podría, dorándonos la píldora a nosotros mismos, transformarse en un momento cómico en vez de en una disputa. Sería un buen paso para la integración en el “mundo sonoro” donde este tipo de discrepancias comunicativas se llevan a cabo a cada minuto y, como a todo, habría que buscarle el sentido positivo de la cuestión: el del humor, como si de una canción en otro idioma se tratase y la frase más estúpida pudiera sustraerse con el oído relajado y desatento.
Calma, buenos alimentos y una pizca de humor para estos episodios en donde el sosiego puede verse trastocado en tan sólo un instante. ¿Cómo hacer más llevadero el trance? Contándolas con humor, ¿te atreves a explicarnos tu experiencia “teniente”?
No me ha sido posible evitar que se dibujase en mi cara una sonrisa afectuosa mientras leía esta entrada.
Desde audífonos «terrestres», hasta personas que, con toda la vergüenza del mundo y poniéndose rojos, contestan mientras les haces las pruebas verbales palabras como «pedo», «semen» o «caga». Y es que estas situaciones son naturales como la vida misma empezando por mí mismo, que, normoyente o no, tengo mis momentos «teniente».
La diferencia es que cuando una persona con deficiencia auditiva «tenientea» a los normoyentes se nos enciende una bombilla de alerta. No les pasamos una.
Si mañana al llegar a casa me piden que limpie los platos y contesto que ya lo hice ayer (y en verdad mis zapatos quedaron impecables) la carcajada será enorme cuando veamos la confusión. Sin embargo, Don José Audífonez probablemente obtendrá una reprimenda porque «oye lo que quiere» o recibirá la conocida sentencia del «no sé para qué los llevas puestos».