Lo que le faltaba. Ha perdido el móvil. La culpa no la tienen los acúfenos, pero la racha que lleva es para hacérselo mirar. Aunque no sabe a quién dirigirse para limitar los efectos de su mala suerte. Manuel es una persona positiva que suele sacar fuerzas de flaqueza en los peores momentos. Ahora le está costando, pero planta cara. Busca no caer en la desesperación. Le han recomendado que practique con técnicas de relajación. Ha de evitar, por todos los medios, entrar en bucle, pues estrés y acúfenos se retroalimentan. No descarta incluso acudir a psicoterapia.
— ¿Es que vosotros no los oís? ¿Cómo puede ser que yo sea el único que tenga el privilegio de sentir diariamente esta sinfonía de pitidos? —comenta Manuel siempre que tiene ocasión a sus amigos. La ironía no le abandona. De alguna manera se puede decir que le está salvando.
Ha repasado una y otra vez lo que se dice de las causas y los factores de riesgo. Aunque a veces la procesión puede ir por dentro, no es Manuel de las personas a las que el estrés o la ansiedad le afecten demasiado. Su sentido común le hace llevar una vida más o menos ordenada con lo que evita los efectos del signo de los tiempos. Ni ha probado sustancias tóxicas ni tiene altos los niveles de colesterol o hipertensión.
Lo que es inevitable es que siente haber perdido calidad de vida: está irritado, duerme mal y no controla la paciencia como en sus mejores momentos. Sabe que no es de los que se hunden, pero tiene que aprender a convivir con los acúfenos. Y ahí está. Luchando. Como siempre.