La que sale perdiendo soy yo. He oído ya muchas historias de personas que asienten con la cabeza a cualquier comentario sólo para seguir “quedando bien”, pero sin enterarse. También se dan casos de cobardía sin límites por estar agotados de repetir que, efectivamente, “soy una persona con problemas auditivos y necesito ayuda”.
Es curioso cómo luchamos por mantener esa supuesta compostura que tienen, aparentemente, las personas oyentes cuando, en realidad, los grandes perdedores somos las personas sordas que, al fin y al cabo, y en un claro dominio de nuestra cobardía o agotamiento, acabamos por perder el mensaje que se nos ha dado.
Hace no mucho, un amigo me comentó que él creía que ahora había más personas sordas que antes. Yo le dije que no, pero que era una cuestión de visibilidad del problema, de hacerlo público y de que la sociedad acepte, sin clichés ni estigmas, que tal vez ahora sean más las personas que lo dicen alto y claro.
Sin embargo, no sería justo pedir más visibilidad y tolerancia a la sociedad sin ser visibles nosotros. “La xenofobia se cura viajando”, decía el célebre escrito y filósofo Albert Camus, y trasladarlo a nuestro enfoque no es más que decir que la intolerancia se cura… conociendo.
Muchas veces nos quejamos de que ellos no nos comprenden, que no saben cómo hacer frente a nuestra discapacidad. Y también estamos hartos de repetirlo, sí, y de dar cuenta a cada segundo de que somos sordos. Pero al final, si la cobardía y el agotamiento vencen, las que salimos perdiendo somos las personas sordas, las de hoy y las que mañana solicitarán esa comprensión.
La visibilidad no es una utopía. La historia nos da las pistas de las mejoras progresivas con el tiempo. Antes, las personas con discapacidad en general eran excluidas de la vida social, educativa y profesional, y hoy contamos con grandes profesionales, madres, activistas, intelectuales, luchadoras y, en definitiva, personas sordas cuya deficiencia no supuso un impedimento para alcanzar el éxito. Que triunfaron a pesar de todo, tal y como lo hicieron otras personas sin deficiencia auditiva que también pelearon por lo que quisieron, y que no se dejaron derrotar en la primera batalla. Gente que, por supuesto, luchó para tener toda la información posible, con insistencia y tesón, a pesar de la vergüenza y el cansancio. Gente que no se perdió parte o la totalidad del mensaje porque tomó las riendas a tiempo y no dejó que el trabajo le fuera facilitado.
Esas personas somos todas y cada uno de nosotras, personas sordas o no, aquellas que podríamos dar más sentido y aportar novedades a una sociedad a la que estamos pidiéndole que nos ayude a integrarnos sin, a veces, poner de nuestra parte. Muchas veces escucho a personas que dicen que “hay gente a la que no le gusta tratar con personas sordas”, cuando quizás no dieron una oportunidad de entender qué es esto de ser sordo, o qué pasos dar o cómo actuar para que la brecha comunicativa no sea tal.
Pero el cambio, en muchas ocasiones, empieza por uno mismo. Y la cobardía y el agotamiento siempre son malos compañeros de viaje cuando de valerse por sí mismo se trata