Gustavito Calatrava solía hacer alusión con frecuencia a una discoteca donde según decía era “casi imposible no pillar”. Marcelino, poco entusiasta de los lugares ruidosos, siempre había encontrado nimias excusas para no tener que verse en un lugar que imaginaba mugriento y poco glamuroso. Sin embargo, aquel viernes de horripilante recuerdo decidió hacer una excepción dada la cansina insistencia de Gustavito. Pensaba éste que un clavo sacaba otro clavo y que no había mejor lugar para ahogar las penas amorosas que el “Déjate llevar”. Aunque a Marcelino, en principio, aquello le parecía mísero y ruin, llegó a convencerse de que una salida nocturna aquella noche podría resultar terapéutica.
A las dos de la mañana el libertino lugar se encontraba ya atestado de gente. Grupos de mujeres de treinta y tantos bailaban entusiasmadas canciones de grupos de moda. Los hombres algo más timoratos, contemplaban desde la barra, cubata en mano, los hipnóticos movimientos de caderas de las cada vez más atractivas aficionadas bailarinas. A esa hora, Gustavito Calatrava ya se había pimplado unas cuantas copas y se dejaba ver algo achispado entre un grupillo de damas, las cuales a juzgar por sus curiosos atuendos debían estar celebrando una despedida de soltera.
Rufino Palomino enterado también de la existencia del desde entonces apodado “motero makoki”, había decidido unirse a la fiesta para así respaldar a su herido amigo. En aras de levantar el ánimo de Marcelino, decidió también invitar a otras dos amigas de la asociación Sordotapias. Marcelino había visto por la asociación a aquellas dos chicas pero no había llegado a establecer relación con ellas dado que éstas se comunicaban predominantemente a través de la lengua de signos.
Mientras Gustavito Calatrava intentaba cortejar a alguna de las mujeres de curioso atuendo, Marcelino se vio enfrascado en un conato de conversación a cuatro bandas con Rufino y sus amigas; Margarita Matallanas y Florinda Biensalida. Entre el intenso ruido, las luces discotequeras de colores, el efecto del alcohol, los empujones de la gente y sobre todo el hecho de que Rufino tuviese que ejercer de traductor entre él y las chicas, la conversación era cuanto menos curiosa.
—¡Dice Florinda que a ella le daría miedo implantarse! Prefiere quedarse con sus audífonos aunque oiga peor— gritaba desgañitado Rufino intentando alzar su voz sobre la música.
—¡Tío, no te entiendo nada! ¡Esto es todo un absurdo!—contestó un tanto ofuscado Marcelino.
Rufino miró a su amigo con cara de circunstancias pero prosiguió la conversación a través de los signos.
—Marcelino dice que es una decisión difícil y muy personal. Y que si no quieres implantarte no pasa nada, estás estupenda y guapísima así como estás— dijo dando un codazo cómplice a un indiferente Marcelino.
Florinda Biensalida sintiéndose adulada, miró presumida a Marcelino mientras jugaba provocadora con las puntas de su cabello y se mordía con sutileza el labio inferior de su boca. Marcelino desorientado ante tal amalgama de signos no se percataba de lo que allí se estaba cociendo, aunque se sorprendió ante tal penetrante mirada.
Sumido en aquella absurda conversación, notó Marcelino como alguien le abrazaba violentamente por la espalda. Gustavito Calatrava preso de un sentimiento de exaltación de la amistad propio de la gente alcoholizada había decidido que colgarse como un mono de la espalda de su amigo era una genial idea en aquel momento. El enérgico impacto llegó por sorpresa por lo que Marcelino no fue capaz de sostener a su amigo sobre su espalda. Volaron las copas por los aires y tras un par de ridículos intentos por mantenerse en pie cayeron ambos a plomo sobre la presumida Florinda. Acto seguido se desplomaron los tres en bloque sobre el sucio y pegajoso suelo del “Déjate llevar”. La lamentable caída produjo que Marcelino quedase encajado en un sándwich humano, encarado con la fogosa Florinda y con el borrachuzo Gustavito despatarrado sobre su espalda. Florinda Biensalida, lejos de molestarse, vio la oportunidad de su vida y le plantó un beso a Marcelino en los morros. La gente, dispuesta en un círculo entorno a los tres payasos del momento, comenzó a aplaudir la escena de forma desenfrenada.
Marcelino, entre avergonzado y cabreado con toda aquella absurda situación, se levantó como un resorte. Miró a Florinda Biensalida con cara de incredulidad y lanzó una mirada criminal a Gustavito, quien ajeno a la realidad del momento, parecía disfrutar de sus minutos de gloria haciendo la cucaracha en el suelo. La gente, desternillada, aplaudía y reía a carcajadas. Rufino y Margarita observaban impertérritos la escena, conteniendo a duras penas la risa dado el más que evidentemente enfado mostrado por Marcelino.
Presa de la ira, salió Claverino a la calle dando empujones a todo el que se interponía en su camino hacia la puerta. Alguno alucinó con las violentas maneras de aquel chico con un extraño aparato en la cabeza.
—¡Mira tío, el marciano se ha chinao!— dijo un pijo con flequillo a uno de sus amigos.
Ya fuera, se sentó apoyado sobre uno de los coches aparcados frente a la discoteca. Con las manos sobre su rostro, maldijo a los imbéciles de sus amigos. Uno había aprovechado la noche para emborracharse como nunca y otro, con pocas luces, había traído a dos chicas con las que no podía comunicarse.
Rufino llegó enseguida.
—Marce, tronco…
—Ni Marce ni gaitas, sois un par de estúpidos— dijo Marcelino con voz de pocos amigos.
—Tío no te pongas así, solo queríamos que lo pasaras bien— contestó comprensivo Rufino.
—¡No me toques las narices! Sabéis que estoy con el tema éste y hacéis los dos el payaso. ¡Vaya forma de ayudar!¿De qué vais?
Rufino algo molesto con el comentario contestó con sinceridad.
—Mira tío, creo que estas un poco obsesionado con la chica del supermercado. Nosotros sólo queríamos que disfrutases esta noche y te olvidases de todo. ¡Tío, date el gusto de disfrutar por una vez!¡Olvídate! Déjate llevar esta noche— dijo señalando el luminoso cartel de la discoteca— y mañana será otro día. Toda la vida amargado….
—Vete a la mierda Rufino—contestó entre compungido y violento Marcelino.
—Bueno tronco, yo ahí te lo dejo. Piénsalo. Me voy para adentro.
Marcelino se quedó pensando en aquel lugar durante un rato. Sabía que Rufino Palomino tenía parte de razón. La obsesión con Gimena le había llevado a dejar de disfrutar de otras cosas importantes de la vida. No quería ser un amargado, pero no podía evitar sentir una inmensa frustración con todo lo sucedido con Gimena Torremocha.
Postrado junto al coche y tras un tortuoso razonamiento, dictaminó que por una noche se iba a olvidar de todo. Se iba a dar el gusto de disfrutar de lo que tenía en ese momento a mano. Rufino tenía razón.
Entró en el “Déjate llevar” decidido a hacer honor a su acertado nombre. Pidió un par de cubatas en la barra y se adentró en la maraña de gente sudorosa con la idea de que aquella noche sería inolvidable.
A la mañana siguiente, Marcelino se despertó en su casa con un intenso olor a tortitas y café recién hecho. Salió de su cuarto y se dirigió en calzoncillos a la cocina. Una delicada mujer vestía una de sus camisetas de baloncesto a modo de pijama frente a los fuegos de la vitrocerámica. Dada su dificultad para comunicarse, aquella era la bonita y curiosa manera que tenía Florinda Biensalida de dar los buenos días a Marcelino Claverino.
(Continuará…)
JAJAJAJA!
Graciosísimo! Qué ben ns metes en los diferentes ambientes! Qué humor tan bueno!
Total GUstavito!Me encanta lo de «…preso de un sentimiento de exaltación de a amistad propio de la gente al coholizada»
También me gusta, ya dejando el humor, cómo Mace no puede comuncarse con Florinda a pesar de tener el mismo problema.
Felicidades por tu post
El estilo del relato me recuerda mucho a Pepe Sordisas!! Eres tú?