Rara vez se dejaba llevar Marcelino por sus impulsos y aquella ocasión no iba a ser diferente. La conversación con sus padres le había hecho recapacitar, lo cual junto a la similar opinión defendida por su leal amigo Gustavito Calatrava, hacía presagiar una posible segunda oportunidad para Gimena. Sin embargo, el a veces desesperante gusto de Marcelino por no tomar decisiones precipitadas le llevó a posponer el dictamen final. Tenía el pálpito de que en el momento más inesperado tomaría la determinación de llamar a Gimena, no sabía cómo ni cuándo lo haría, pero intuía que aquel momento iba a llegar tarde o temprano. Aún así, decidió darse unos días de gracia.
Durante aquellos días intentó, con más o menos éxito, no pensar demasiado en Gimena. Sentía cierta saturación mental acerca de toda aquella intrincada situación. Quería tomar aire fresco, relajar la mente y esperar paciente la llegada de ese momento eureka que le hiciese ver la cosas con una claridad que hasta ahora se le había mostrado oculta. Esperaba experimentar algo parecido a lo que le sucedió al mismísimo Arquímedes al sumergir su cuerpo en una bañera siciliana llena de agua momentos antes de proclamar su famoso principio físico por las calles de Siracusa. Un momento de lucidez que al genio griego le sirvió para responder al rey Herion II acerca del pureza del oro que contenía su corona recientemente fabricada por un avispado orfebre de la polis. Un momento de lucidez con el que Marcelino esperaba vislumbrar con claridad cuál era el camino a seguir en aquella historia de amor.
Con su firme propósito presente, la semana comenzó fulgurante para Marcelino en el trabajo. Hubo conversación futbolera con Don Miguel, el guardia de seguridad del museo. Esta vez tenían motivos para alegrarse ya que el equipo de sus amores había ganado el día anterior. Una soberana paliza a otro conjunto inferior daba razones suficientes para ahora ser extremadamente optimistas respecto a las posibilidades de su equipo para alzarse con el título nacional de liga. Poco habían cambiado las cosas respecto a la semana anterior; los jugadores, el entrenador e incluso la posición en la clasificación eran las mismas, pero como suele pasar en el mundo del deporte, tras la victoria, las cosas se veían ahora de una manera completamente diferente.
Una vez la exposición de Nikito Nipongo se puso en marcha, Marisa Flores parecía algo más sosegada. La afluencia de público parecía estar marchando por los cauces esperados, las primeras críticas eran halagadoras y, además, los controvertidos llaveros habían llegado a tiempo a la tienda de souvenirs del museo. El pobre Rigoberto Matahaba había conseguido agilizar los trámites con la empresa encargada de su distribución y, aunque se llevó un buen rapapolvo, los llaveros estuvieron prestos a su debido tiempo, con lo que el pobre hombre se libró de unas represalias mayores por parte de la iracunda señora Flores.
La agradable semana en el trabajo culminó con una llamada al despacho de la jefa el jueves por la tarde. El museo quería ponerse las pilas en relación a las medidas de accesibilidad para los visitantes. Otros museos de la ciudad habían tomado la delantera en el ámbito de las visitas adaptadas para personas con discapacidad y el museo Ptolomeo quería colocarse como mínimo a la par de la competencia en este ámbito. La dirección había pensado en Marcelino para formar parte del comité que llevase a cabo el proyecto y así se lo hizo saber Marisa Flores. Pese a que en principio Marcelino no tenía formación profesional al respecto, pensaban que su experiencia personal y su contacto con el mundo de la discapacidad podría ser de mucha utilidad. Marcelino recibió la noticia con sorpresa, pero a la vez la idea le resultó apasionante. Siempre había querido abogar por los derechos de las personas con discapacidad y ésta era una oportunidad de oro para poner su granito de arena en la inclusión de este colectivo, a veces olvidado, al que él pertenecía.
Las buenas noticias en el ámbito laboral facilitaron que Marcelino consiguiese alcanzar el objetivo propuesto, no pensar demasiado en la cajera. También contribuyó el hecho de que Marcelino se calzase las zapatillas de correr por primera vez en muchos meses, así como que su preocupada madre le acompañase una tarde a comprar un juego de platos a una moderna tienda de accesorios de cocina. Pararon en una de sus pastelerías preferidas del centro de la ciudad, donde disfrutaron de una buena conversación acompañada de un café con leche y unas primorosas torrijas.
Además, para favorecer la claridad mental, decidió Marcelino no pasarse por el supermercado en aquellos días. No le resultó fácil pues éste se ubicaba a escasos metros de su casa. En alguna ocasión tuvo que dar alguna vuelta de más a la manzana pero consiguió evitar un fortuito encuentro con la cajera. Por las noches, antes de dormir y para evitar pensamientos indeseados, se puso el ordenador portátil a los pies de la cama y proyectó en youtube documentales de animales salvajes. Leones y gacelas en la sabana africana, delfines y tiburones blancos en el océano pacífico o monos capuchinos en el Parque Nacional de Santa Rosa de Costa Rica pasaron sin descanso aquella semana por la pantalla de su ordenador. Todas aquellas imágenes, contempladas en un absoluto silencio le resultaban exquisitamente relajantes, favoreciendo un rápido paso a la fase de sueño REM y evitando así que su mente se desviase a otros menesteres no deseados en aquel momento.
Pese al buen fluir de la semana, hubo momentos en los que de manera inevitable Gimena se le vino a la cabeza. Cuando así sucedió Marcelino pensó en Arquímedes y en como a veces la solución a un problema o la toma de una decisión se lleva a cabo con la mente libre, abriendo paso a la intuición. Aquello funcionó, aunque el viernes por la tarde dando un paseo de vuelta a casa desde el trabajo, no pudo evitar pensar en la cajera.
Inmiscuido en sus canciones rockeras preferidas, las cuales escuchaba a través de su implante coclear conectado a su teléfono móvil, Marcelino pensó en los motivos que podrían haber llevado a Gimena a ocultarle su sordera. La discapacidad auditiva era algo tan corriente y natural para Marcelino que le costaba llegar a una explicación convincente. La actitud de Gimena le había resultado hipócrita e infantil y eso era algo que le producía una rabia incontrolable. ¿Qué ganaba Gimena ocultándole su sordera?¿No había pensado en las consecuencias que eso tendría en el futuro?¿Realmente pensaba que podría esconderlo siempre? Pero sobre todo, ¿Cómo alguien podía tener una autoestima tan baja como para tratar de ocultar una discapacidad?
En cuanto Marcelino comenzó a hacerse aquellas preguntas, pensó de nuevo en Arquímedes. No quería entrar en un bucle de pensamientos negativos otra vez. Justo cuando se imaginó al físico griego sumergiéndose en la bañera, la música se detuvo y un peculiar tono telefónico llegó a su oído. Pudo distinguir que se trataba de un correo electrónico entrante. Sacó el teléfono del bolsillo y desbloqueó la pantalla. Era un correo de la asociación Sordotapias. Lo abrió. “No lo escondas. Hazte Oír; campaña en favor de la visibilidad de la sordera”, decía un llamativo eslogan acompañado de una foto de una chica retirándose el pelo de la oreja dejando asomar un colorido audífono rosa chillón. El anuncio lo completaba una sugerente frase a pie de foto “Porque llevar audífonos no es motivo de vergüenza: Muéstralos al mundo”.
Marcelino se encontraba a escasas dos manzanas de su casa cuando leyó el correo electrónico. Había desviado su ruta habitual para no pasar por el supermercado. Dos segundos de reflexión fueron suficientes para volver sobre sus pasos y lanzarse a la carrera hacia el supermercado. La música volvía a reproducirse en su teléfono. Losing my religion, sonaba a todo trapo. Más de dos mil años separaban la carrera de dos personajes inmiscuidos en ese momento mágico en el que uno alcanza un momento de lucidez majestuoso. Uno probablemente acompañó su carrera con canciones interpretadas por finas liras griegas, otro lo hacía con banda sonora ochentera americana. Uno corría por las calles empedradas del ágora, otro por las calles asfaltadas repletas de semáforos y coches del siglo veintiuno. Uno acaba de formular un principio físico fundamental, otro acababa de comprender que a veces puede ser difícil aceptar determinadas situaciones personales. Los matices eran diferentes, pero la esencia era la misma, ambos estaban convencidos de que aquel momento cambiaría sus vidas.
Sumergido en una euforia descontrolada, Marcelino giró la esquina de la manzana del supermercado con la ilusión de que Gimena estuviera esperándole con lo brazos abiertos en la cinta transportadora donde empezó todo. En su carrera desenfrenada, pudo ver a Gimena a las puertas del establecimiento en frente de una potente moto. Por unos escasos segundos se le iluminó la cara. Justo el tiempo que Gimena tardó en ataviarse con un anaranjado casco y subirse a la moto conducida por un chuleta con chupa de cuero. Nadie le había contado a Marcelino en aquel momento que Arquímedes tras su brillante visión, se encontró con dificultades no previstas antes de poder asegurar que la corona del rey Hieron II no contenía oro puro. El orfebre fue inmediatamente ejecutado.
(Continuará…..)
Marcelino estoy contigo! Todo tiene su momento.
Me encanta ese cruce de «momentos mágicos»,esos últimos párrafos,esa caída en picado de la euforia de Marcelino.
Marce…el que la sigue la consigue , y si no…es que es a lo mejor no merecía la pena. Suerte Marce!A veces las apariencias engañan.
Tanto control mental no puede ser bueno, pero yo creo que en este caso vamos a tener suerte. Si Gimena es lista el chuleta no puede ser competencia para Marce.
¡Qué estupenda descripción de sentimientos cruzados!Me he metido tanto en la piel de Marcelino, gracias a tu narrativa tan realista y sincera, que me he «cabreo» con Gimena…Pero tía, ¿qué haces con ese macarraca pudiendo tener a Marcelino?
Espero que lo resuelvas con justicia, porque si no me veré obligada a convertirme en personaje para tener unas palabras con Gimena…jajajaja!!!
Marcelino no se pueden perder oportunidades en esto del amor! Aún así espero que Gimena sea lista y no elija al macarra de turno para olvidar a Marcelino.
Una vez más se refleja lo complicados que somos en el día a día , y en la manera de relacionarnos con los demás. Intenta Marcelino olvidar lo que más desea y …. Quizá lo pierda por tanto dudar,