Aquel fin de semana Marcelino Claverino tuvo que renunciar a su partido baloncestístico semanal. Los Little Thunder campaban por la liga municipal sin pena ni gloria. Un modesto balance de victorias y derrotas les situaban en la zona media de la tabla. Los reumáticos y artríticos jugadores de los Thunders eran capaces todavía de levantar alguna que otra victoria ante equipos más jóvenes, saltarines y veloces. Entre las cervezas y aceitunas post-partido, algunas viejas glorias del equipo se vanagloriaban de tal reseñable gesta.
Sin embargo, pese a la general actitud optimista del equipo, lo cierto era que cada vez era más sencillo saltarse algún partido cuando afloraban otros compromisos. Por este motivo, iba siendo también cada vez más habitual que el equipo se presentase con tan sólo cinco jugadores a muchos de los encuentros. Además del cansancio que eso suponía para los ya de por si ajados jugadores, obligaba a determinados componentes del equipo a cambiar su posición en la pista. En más de una ocasión Marcelino, alero de buena muñeca pero escaso 1,85 metros de estatura, se había tenido que fajar en la pintura con animales de 2 metros y más de 100 kilos de peso. Una verdadera tortura. Tras aquellos partidos, con los brazos magullados y los pulmones vacíos, se planteaba algo nostálgico si no eran ellos ya mayores para andar sufriendo los avatares de una guerra deportiva que carecía de propósito alguno.
En cualquier caso, aquel sábado por la mañana Marcelino encontró una más que razonable excusa para esquivar el compromiso deportivo. Gimena, inmiscuida en plena adaptación protésica y con una pérdida auditiva que parecía ir empeorando, tenía cita en el centro auditivo. Nerviosa y temerosa pidió a Marcelino que la acompañase. Éste, tras la revelación filosófica acontecida tras el paseo y con el firme propósito de intentar ver las cosas desde otra perspectiva, no dudó ni un segundo en cumplir con su papel de experto en la materia de la sordera. Así pues, a las diez de la mañana se encontraron ambos sentados en la sala de espera del centro auditivo.
— ¡Bueno días Gimena! — dijo entusiasta el audiólogo Edelmiro Terebelio mientras accedía a la sala de espera desde los interiores de la consulta— ¡hombre, pero si vienes con Marcelino! Cómo me alegra que os hayáis hecho amigos — añadió confundido recordando el incómodo momento vivido semanas atrás en el mismo lugar.
En seguida y tras saludar la pareja algo avergonzada, los tres se adentraron en uno de los despachos del centro.
— A ver Gimena, cuéntame, ¿Cómo han ido estos días? — preguntó directo Edelmiro mientras dejaba descansar su cuerpo sobre la silla.
— Pues creo que bien la verdad. Todavía me sigue resultando extraña la forma en la que oigo las voces pero me voy acostumbrando. Y bueno, las conversaciones con mucha gente o cuando hay ruido siguen siendo complicadas.
— Bien, ¿Pero no has notado como me dijiste la última vez que los audífonos perdiesen potencia, verdad?
— No, eso no — contestó Gimena.
— Estupendo. Eso en principio es buena señal, quiere decir que tu audición se ha mantenido estable. De todas maneras, ahora hacemos audiometría y lo comprobamos —dijo sonriente Edelmiro— respecto a las voces y las conversaciones en grupo es algo normal. Poco a poco te irás acostumbrando — añadió.
— Claro. Si ya se lo he dicho. Al final no se dará ni cuenta— apuntilló Marcelino mientras acariciaba complaciente la espalda de Gimena.
A continuación pasaron a la habitación contigua. Gimena se adentró en la cabina insonorizada donde tendría lugar la audiometría. Desde el otro lado del cristal y en un rápido chequeo, Edelmiro activó tonos variados en frecuencia e intensidad a los que Gimena debía responder levantando la mano. No les llevó más de diez minutos.
— Estupendo. La audiometría es clavadita a la del otro día — dijo Terebelio orgulloso de su diagnóstico previo.
—Supongo que eso es bueno, ¿verdad? — preguntó timorata Gimena.
— ¡Eso es fantástico! Quiere decir que la pérdida parece haberse estabilizado. Si además como dices estás cómoda con la adaptación, todo va ya por el buen camino. No hay que tocar nada.
—Ya pero todavía no es perfecto — añadió cabizbaja la cajera.
— Hombre, Gime, ya te han dicho que esto requiere un tiempo de adaptación — intervino Claverino mostrando poca empatía.
— Claro mujer, tienes que darle tiempo. De todas maneras, te voy a dar cita para dentro de quince días para asegurarnos de que no se produce otra bajada— añadió Terebelio mientras abría la puerta de la sala en la que se encontraban.
—Bueno pero…
— Gimena, haz caso a Don Edelmiro que tiene mucha experiencia en esto. Ya verás como cuando vuelvas en quince días ya te habrás acostumbrado. No le des más vueltas, vamos a celebrar que todo se ha estabilizado— sentenció Marcelino con la lección de practicidad bien aprendida.
Tras despedir a Edelmiro Terebelio, abandonaron el centro audiológico y se adentraron en la primera cafetería que encontraron para tomar un café.
— ¡Bueno pues estupendo Gime! Ya se ha estabilizado la cosa y tus audífonos están bien adaptados ¿qué más se puede pedir? — dijo Marcelino enérgico nada más sentarse en el taburete de la barra del lugar.
Gimena no contestó. Tras unos segundos unos considerables lagrimones comenzaron a brotar de sus ojos. Los intensos sollozos no tardaron en llegar. Marcelino sorprendido ante tal inesperada reacción agarró de la mano a Gimena.
—¿Pero qué pasa? Si ha ido todo genial — preguntó.
—Nada. Déjame. No pasa nada — contestó entre sollozos Torremocha.
—Venga no seas…
— ¡Pues que me va a pasar! ¿No lo ves? Tengo esto en las orejas — dijo señalando los audífonos — y resulta que ahora lo tengo que celebrar — terminó de sentenciar. Sus lágrimas brotaban ya a borbotones.
—Hombre Gimena, tampoco es eso.
— Y encima me dice el tío que vuelva por si me quedo más sorda todavía. O sea, que no es seguro que no vaya a empeorar. Y también que no me queda otra que acostumbrarme a las conversaciones en grupo y a las voces estas de Mickey Mouse. ¡Que no! ¡Que esto es una mierda! ¿No lo entiendes?
—Si lo entiendo Gimena, pero por desgracia no se puede hacer más…
—Yo no puedo vivir con esta incertidumbre — dijo desconsolada la cajera.
— No pienses tanto Gime. Vive las cosas al día. Acuérdate de lo que me dijiste el otro día — apuntó Marcelino.
— ¡Ay Marcelino, no me vengas ahora con esas! — saltó como un resorte la cajera.
Claverino se quedó petrificado. Nunca había visto a Gimena reaccionar de esa manera.
— Perdona. No tenía que haberte hablado así. Quería decir que ahora te necesito Marce. Necesito al Marcelino de verdad. Al pensador ¿Entiendes?
La confusión se apoderó de Marcelino. Pensó que el mundo femenino era realmente complicado. Sin embargo, tras unos segundos de silencio una ligera sonrisa se dibujó en su rostro.
— Ya entiendo. Pues mira, hablando de incertidumbre te voy a contar algo sobre ella— dijo Marcelino metiéndose de lleno en un papel en el que se desenvolvía como pez en el agua — A principios de siglo un físico alemán formuló el famoso principio de incertidumbre. Éste dice que el simple hecho de intentar observar un fenómeno físico provoca que éste se modifique. Por tanto, intentar comprender algo conlleva aceptar la incertidumbre de estar equivocado debido al efecto que produces en el fenómeno observado ¿entiendes? — dijo Marcelino muy orgulloso y locuaz.
— No del todo pero me encanta oírte hablar — contestó la cajera embelesada mientras se secaba las lágrimas.
— Cuando era adolescente me pregunté mil veces porqué era sordo. Por qué me había tenido que tocar a mí. Me preguntaba cómo habría sido mi vida sin esa maldita meningitis. También me preguntaba si algún día inventarían algo que me devolviese milagrosamente la audición. Me hacía miles de preguntas que me volvieron loco por mucho tiempo. Un buen día leyendo un artículo descubrí el principio de incertidumbre. Entonces me di cuenta que las continuas explicaciones que buscaba estarían siempre acompañadas de un cierto nivel de duda. Desde aquel momento me prometí intentar no comprender y aceptar en la medida de lo posible esta discapacidad con la que tengo que vivir todos los días de mi vida ¿Entiendes ahora? — apuntilló Marcelino.
Gimena, emocionada, no pudo reprimir las ganas de abrazar a Claverino. Había algo en aquel joven que le transmitía una profunda paz y seguridad. En eso, no había lugar para la incertidumbre.
(Continuará…)
Capitulazo!! Me sigue gustando mucho la jerga natural de los diálogos y el dinamismo que estos aportan….Otro capítulo muy didáctico en cuanto a las dificultades psicológicas por las q tienen que pasar las personas con esta discapacidad…Y la referencia al tema de la aceptación de la incertidumbre de la vida me ha encantado!! Creo q está muy bien adaptada, documentada y expresada… Gracias por seguir dándonos estos interesantes minutitoa al mes marce!!
Es verdad ,las cosas hay que aceptarlas como vienen, no hay que buscar explicaciones al porque de las cosas. Si Gimena se sigue torturando no conseguirá tomar con naturalidad su nueva vida. Ánimo Gimena ! Y no vuelvas loco a Marcelino, si le necesitas diselo…. No le culpes de lo que pasa…
Cuando parecía que Marcelino iba a empezar a dejar de entusiasmarme por repetitivo, va y me sale con otra historia tan reconocible como misericorde, tan humana como apasionante, con metafísica de andar por casa de telón de fondo. Gracias Marcelino por recordarnos que no estamos solos.
Me encanta este capítulo porque refleja cuánto nos necesitamos unos a otros. Y lo del principio de incertidumbre me ha gustado mucho también: ¿De qué estamos seguros? De nada. Ánimo Gimenilla!!