No era Marcelino un gran amigo de las fiestas, pero aquella invitación no tuvo más remedio que aceptarla. Gustavito Calatrava había insistido tanto en que asistiera que finalmente tuvo que ceder. Antonio Limonero, antiguo compañero de la facultad de periodismo, organizaba una fiesta en su casa para celebrar su primer empleo como periodista en una pequeña cadena de radio madrileña. A los veintinueve años, Antonio por fin había conseguido, como dicen las abuelas, una buena colocación.
Marcelino tenía ganas de ver a sus antiguos compañeros, pero sabía de buena mano que aquella fiesta estaría atestada de gente a la que no conocería. Las preguntas sobre el implante surgirían seguro entre la audiencia. Una de las cosas que Marcelino más repudiaba de ser sordo era tener que explicar cómo con aquel maravilloso aparato era capaz de oír. Una vez registró veinte explicaciones en un día, lo cual resultaba agotador. Además, estaba seguro de que en la fiesta habría música alta, luz baja y millones de corrillos de gente hablando sin parar. Sabía que en este tipo de fiestas solía acabar en la terraza muerto de frío, explicando por qué no tenía ni idea de lengua de signos a todos los fumadores desalmados que por allí desfilaban.
Pese a todo, se presentó allí Marcelino. Como de costumbre, llegó un poco tarde. Al entrar en la casa se confirmaron sus peores predicciones. Música alta, copas, luz discotequera y gente hablando en distintos grupos. Respiró hondo y buscó a Antonio Limonero. Éste estaba sirviéndose un cubata en la cocina.
—¡Antonio!—, gritó Marcelino ilusionado.
—¡Hombre, Marce, cuánto tiempo sin verte!—, contestó Antonio al volverse.
Los dos amigos se fundieron en un caluroso abrazo.
—¿Cómo estás campeón?—, preguntó Limonero.
Marcelino tuvo que hacer un esfuerzo para entenderle.
—Pues bien, contento por tu nuevo trabajo. Eres una máquina.
—Muchas gracias, Marce. La verdad que ya me hacía falta. Nos vamos haciendo mayores y hay que trabajar. ¿Cómo te va a ti en el museo?
Marcelino no alcanzó a entender a su amigo y tuvo que pedirle que repitiera.
—¿Quieres que baje la música? Se me había olvidado lo de tu…—, preguntó Antonio apoyándose con un gesto con la mano.
—No te preocupes, no quiero fastidiar la fiesta. Ya hablaremos en otro momento—, contestó resignado Marcelino.
—¡Vale, pero sírvete un copazo! ¡Hoy hay que emborracharse!—, gritó envalentonado Limonero mientras se adentraba en el salón.
Marcelino se sirvió una coca-cola con hielo. No estaba para fiestas. Con el vaso en la mano se adentró en el salón. A lo lejos vio a Gustavito hablando con unas niñas pijas. No conocía a ninguna. Le dio pereza acercarse. Sin embargo, su amigo se percató de su presencia y le hizo un gesto con la mano para que se uniese a la charla. No tuvo Marcelino más remedio que ir para allá.
—Mira, Marce, te voy a presentar a estas tres maravillosas chicas: Lucía, Alba y Pastora.
—Encantado Sofía—, dijo Marcelino al dar dos besos a la primera.
Las tres chicas se rieron por lo bajo.
—¡Lucía, Marce, Lucía! Que no te enteras de nada. ¡La chica se llama Lucía!—, dijo Gustavito gritando mientras golpeaba la espalda de su amigo.
—Perdona, es que no lo había entendido bien—, alcanzó a decir avergonzado Marcelino.
—No te preocupes, con esta música…—, contestó la chica restando importancia al asunto.
—Oye, ¿Qué llevas en la oreja?—, preguntó de repente otra de las amigas sin reparos.
Marcelino pudo entender la pregunta gracias a su buen hacer con la lectura labial.
—Es un implante coclear. Me sirve para oír. Me quedé sordo a los dos años—, contestó un sorprendido Marcelino.
Anda, pobrecito, lo siento.
Hubo un incómodo silencio de unos segundos que Gustavito rompió sugiriendo ir a servir unas copas.
Odiaba Marcelino que la gente sintiese lástima cuando explicaba que era sordo. Pensaba que este sentimiento de pena hacia la discapacidad era el que limitaba la plena inclusión en la sociedad de personas como él. Quería ser como los demás, se sentía como los demás, pero aquel aparato le acercaba y distancia de las personas al mismo tiempo. Era una curiosa paradoja que a Marcelino siempre le traía de cabeza.
Marcelino Claverino dejó a Gustavito con aquellas chicas. Vagó por la fiesta encontrándose con viejos amigos de la universidad. Tuvo pequeñas conversaciones con todos ellos. Creyó entender que uno de ellos tenía planeado viajar por el mundo durante un año, otro iba a casarse en unos meses y un tercero buscaría suerte en el extranjero.
—Si no encuentro nada aquí, tendré que buscarme las habichuelas fuera—, le había comentado.
Fueron todas ellas conversaciones típicas y corrientes entre personas que llevan tiempo sin verse. Conversaciones que, por otro lado, en aquel momento poco le importaban a Marcelino. Quería cubrir el expediente y marcharse a su casa. Lo que verdaderamente ocupaba la cabeza de Marcelino era Gimena Torremocha. Un torbellino que había sacudido su vida sin contemplaciones y que no sabía cómo controlar. Aquellas palabras del bar no dejaban de percutir consistentemente en su cabeza. «Si vas a espabilar llámame».
Esta vez Marcelino no salió a la terraza. Sobre las tres de la mañana, con todo el mundo perjudicado por el alcohol, se marchó por la puerta sin decir adiós. Necesitaba pensar. Su casa no quedaba lejos. Se daría un paseo para ordenar su cabeza. Anduvo Marcelino por las obscuras y solitarias calles de la ciudad. Pensó en Gimena, en su sordera y en su cohibido carácter. «¡Espabila, espabila! », se decía a sí mismo. Al llegar a casa sacó el móvil del bolsillo, tecleó un corto pero directo mensaje.
—No sé si espabilaré, pero tengo muchas ganas de verte.
Justo antes de meterse en la cama pulsó “enviar”.
(Continuará…)
Como siempre la narración y los diálogos son estupendos , amenos y reales como la vida misma.
Me gusta mucho como se plantean los problemas que todos tenemos a la hora de socializar con los demás , los miedos y las inseguridades.Estoy deseando ver si Gimena contesta a ese último mensaje!!!
Bien por Marcelino! Ya parece q sale del caparazón! Estoy deseando ver que pasa con ese mensajito en el próximo capítulo.
Creo q este es un capítulo muy didáctico respecto a la sordera..gracias cm siempre marce
Seguro que ese mensaje tendrá una contestación!! Bravo Marcelino!!
Una nueva entrega que sigue cumpliendo su objetivo con una exquisita precisión: Reflejar las barreras sociales a las que se enfrenta Marcelino, y hacer que los ‘oyentes’ seamos conscientes de ellas. Si bien no tan intento e interesantes como los capítulos anteriores, creo que cumple con su cometido. Si le quiero pedir al autor que no se olvide de esa Gimena Torremocha ni del picante extra que hacía de una tira meramente didáctica una historia divertida y excitante. A la espera del próximo capítulo, un saludo a mi buen amigo Marcelino desde Londres.
Relato genial , como siempre!!! estoy deseando saber si Gimena contesta a Marcelino!!!
Que emocion!!, contestará Gimena a Marcelino?
Muy interesante el enfoque del relato , nos hace meditar de los miedos que tenemos como oyentes y como se multiplican por dos en el caso de ser no oyente como Marcelino.
Os imaginais en una fiesta de esas en las que no sabes como comportarte con el problema añadido de Marcelino?, buena reflexión la que nos hace hacer la historia.Me gusta mucho porque te hace identificarte con problemas en los que nunca has caido que tiene gente , quizá, muy cercana a cada uno de nosotros.
ME ENCANTA LO BIEN CONSEGUIDO QUE ESTÁ EL AMBIENTE DE LA FIESTA.TAMBIÉN EN ESTE CAPÍTULO SE APRECIA MUY BIEN LOS «PEQUEÑOS»PROBLEMAS QUE EN SITUACIONES CORRIENTES SUFRE UNA PERSONA CON DISCAPACIDAD.ESPERANDO CÓMO SE LAS VA A ARREGLAR PARA LIGARSE A GIMENA!
¡Bien bien y requetebien!!!Me encanta cómo está avanzando la historia. Marcelino nos simboliza a todos en ese tipo de fiestas, y lo de su sordera y su pereza para que le pregunten constantemente por ella, es un reflejo de los que nos suele pasar cuando tenemos un problema y sabemos que irremediablemente saldrá el temita: si te han despedido del trabajo, si has roto con tu novia, si…Lo que le diferencia es que en su caso, es muy evidente por el aparato que lleva. Pero has sabido captar tan genialmente esa circunstancia en ese ambiente…Y me encanta la llamada a Gimena y su frase épica…Justamente seguida por ese continuará que nos deja enganchados a Gimena y deseando que le de un poquito de alegría al Marcelino que todos llevamos dentro.
Me encanta cómo está escrito! Sigo con mucho gusto las historias de Marcelino. Un saludo!
Marcelino es, por si alguien no se había dado cuenta, un hombre Tachán, por eso no sólo no deja de avanzar en la búsqueda de si mismo sino que da un paso de gigante y pulsa «enviar». A nuestro héroe favorito ya le queda menos para conocer cuál es El Secreto de las Fiestas.
vaya chicas pijas! excited to see what happens next. la historia se sigue con mucho gusto desde los EEUU también. son algunas moralejas universales. 🙂
Quiero felicitar al autor. Yo no soy sorda pero cada vez que leo un capitulo me envuelve de tal forma la historia que creo serlo. Por otro lado, hablando del relato en si, QUE LE DIRÁ GIMENA! Estoy realmente impaciente…
Me siento muy identificada con Marcelino, con sus angustias y miedos por no entender ni sentirse integrado en la fiesta. Este capítulo refleja muy bien la necesidad de Marcelino (y de cualquier otra persona) de agarrarse a algo o alguien que le hace sentirse bien. Todos tenemos esa necesidad y, por eso, hemos de ser valientes. Pero … ¡Ay, esta Gimena! ¿qué tendrá esta Gimena que le trae de cabeza a Marcelino?
Como en los anteriores estupenda prosa. En cuanto a la fiesta genial situación para conocer sus sentcimientos en todos los ambientes
Me gusta como escribe el/la autora de Marcelino. Hoy he leído los 4 capítulos y a partir de ahora seguiré la historia con interés. Me ha gustado que comience desde la primera línea diciendo que el protagonista lleva un implante coclear, es valiente comenzar una historia así.
La trama enreda al lector y hace reflexionar. Espero que Marcelino se dé cuenta de que las personas no tenemos que estar cortadas por un mismo patrón, en la diversidad está el gusto. Creo que nos equivocamos cuando les decimos a las personas con discapacidades que son iguales a los demás, creo que aumentamos su problema. ¡No y cien veces no!, no son iguales que los demás, son diferentes, pueden ser mil veces mejor que los demás. ¡Qué rollo ser todos iguales!. Creo que el autor ya lo está empezando a dejar caer en el 4º capítulo. Me encantaría que pensara como yo y le de a Marcelino la oportunidad de ser un SORDO, SORDO, DIFERENTE DE LOS OYENTES ¡QUÉ PUÑETA!
¡Uffffffff! sí me he enganchado, sí
Soy seguidora de marcelino y creo que tiene un encanto especial el que sea diferente .yo no creo que tengamos que ser iguales ,nadie es igual a otro ! y esa pequeña discapacidad puede tener su encanto.Espero que el autor sepa sacar ese encanto especial de Marcelino , y que enamore a Gimena!!!.
Me encanta la historia!!!!, animo al autor a que siga por este camino de introducirnos en la vida de Marcelino de una manera tan genial