“Estoy más mosqueado que un sordo”, “Háblame por la otra oreja, es que soy sordo de este oído”, “Gordo no, sordo, sordo”. Estas son las frases que alguna vez José tiene que escuchar mientras atiende a las personas que acuden al bar donde trabaja. “Si el bar fuera mío, igual les cortaría, pero lo que cuenta es que no debo entrar al trapo”. Así explica José las anécdotas negativas. No son muchas las veces que le ha sucedido, pero sí las suficientes como para dejar un amargo sabor de boca: “Han sido chavales, pero me preocupa la falta de respeto. Yo soy fuerte y ya no me afecta. Seguro que hay gente más sensible. Es una terrible falta de educación”.
José tiene que hacerse el sordo, él precisamente, para no mantener disputas. Demuestra estar por encima de esas burlas, de esas chiquilladas estúpidas. Él tiene anchas espaldas. “Lo que no te mata te hace más fuerte”, dice.
En este asunto y otros de la vida cotidiana flota el concepto de la desconfianza: “Es normal que aparezca, porque me falta un punto para poder llevar una vida como la de los demás. Yo prefiero decir que soy casi casi normal”, comenta.
Lo habitual en el bar es el buen trato con los clientes de toda la vida y con la gente que cae allí por primera vez. “Incluso podría contar -reflexiona José- que cuando hay una buena relación podemos gastar bromas sobre mis audífonos. Con cariño, respeto y sentido del humor se está mucho mejor. Yo también me río de esos clientes, y en algún caso puedo decir que son amigos”.