Susana y Laura están preocupadas. Notan a su madre como distraída. Y la última reunión familiar ha puesto sobre el tapete la necesidad de un audífono para el otro oído.
— Yo creo que a mamá le afecta no oír. Porque no se entera de nada y se siente desprotegida —comenta Laura.
— Pues algo tendremos que hacer. Si hace falta ayudar, pues ponemos un poco entre todos. Ya ha dicho el tío que es lo mejor, que cuanto antes lo hagamos, mejor para ella —responde Susana.
Las dos hermanas están dispuestas a sufragar gran parte del coste del audífono. Siempre ha sido así en su familia. Todo es de todos. Mientras hablan de este “rescate”, todavía desconocen que el tío Víctor va a hacerse unas pruebas al audiólogo porque siente que ha perdido audición. “Es el paso del tiempo”, piensa para sus adentros. No quiere preocupar de momento a sus sobrinas, a las que se siente muy unido. “Ahora lo que toca es que María recupere su normalidad”: esa es su filosofía.
María, por su parte, cree que con el otro audífono podrá llevar una vida más cerca de la normalidad. Está asustada, temerosa, porque otra vez las barreras se han levantado delante de ella. Intuye que es cuestión de días que las cosas empiecen a cambiar. Pero le cuesta aferrarse al optimismo.
Pensar en sus hijas y en su hermano la reconcilia con el mundo. Por eso le aterra pensar qué sucedería si no los tuviera. Ahora se encontraría en una especie de callejón sin salida. Afortunadamente están a su lado. Sabe que puede confiar en ellos, que en una temporada quizá pueda volver a ver la televisión sin necesidad de subtítulos.