La infancia es un pasadizo de recuerdos evanescentes. Pero en ese trayecto se forja la personalidad y se sientan las bases para hacer frente a la vida. “Los niños son el recurso más importante del mundo y la mejor esperanza para el futuro”, explicaba John Fitzgerald Kennedy, el presidente norteamericano asesinado en Dallas en 1963. A Lydia le cuesta recordar los años de colegio. Fueron duros. Pero se le escapa una sonrisa. Allí conoció a dos personas que no puede olvidar. En un ambiente de cierta hostilidad encontró a Susana, con problemas de audición como ella, y a Goretti. Rápidamente hicieron piña.
Pero los cursos en aquel colegio de monjas le dejaron también algunas heridas. A Lydia no le gustaba entonces tener que recurrir leer los labios de sus compañeras. Era su manera de intentar evitar que las demás se percatasen de que tenía un problema. Ella solo aspiraba a poder escuchar bien. Con el paso del tiempo comprendió que aquello le ayudaba a oír.
Le gustaría borrar las malas experiencias de aquellos años. Porque se sintió discriminada, porque se rieron de ella. No se le olvida cierta profesora: “Ella me tenía manía y yo a ella. Era de muy mal carácter. Me suspendía Lenguaje y casi nunca me ayudaba. Prácticamente me ignoraba”. Se sentía sola, pensaba que las niñas hablaban de ella. Pero siempre hay un camino a la esperanza: hubo otras docentes que la trataron con cariño.
Cuando apunta en el cuaderno imaginario las cosas buenas y las cosas malas de aquella época se alegra infinito de que, a pesar de todo, sus padres decidieran escolarizarla “en un colegio normal, porque si me hubieran metido en un colegio especial estoy convencida de que no hubiera sacado las cosas adelante. Es bueno que los niños con problemas de audición estudien sin exclusiones”.