María alterna las solicitudes de ayuda entre sus hijas. Esta vez le ha tocado a Laura, que atiende a su madre con delicadeza.
— Laurita, necesito que vengas a verme esta tarde.
— Tengo un día complicado, mamá, pero haré todo lo posible —contesta Laura.
Laura se dio prisa para poder salir del trabajo a una hora prudencial y acudir a visitar a su madre. Pensaba que el foco de sus problemas era el nuevo audífono, pero la impresión que le causó fue que enfrente tenía una persona con mucha necesidad de apoyo.
— No me encuentro bien últimamente. Es la tensión. Creo que voy a tener que ir a urgencias. Y alguna de vosotras me tiene que acompañar.
— Lo que tienes que hacer es serenarte y no asustarte por todo. Pero no te preocupes. Si tienes que acudir al médico, iremos contigo. ¿Y con el audífono qué tal?
— Pues sigo con problemas. Ya sabes que mi conducto auditivo es muy pequeño. Y no logro acertar para ponérmelo. Voy al sitio donde me lo vendieron y alguna de las chicas que están allí lo vuelve a colocar. Atiendo sus explicaciones, pero cuando me toca hacerlo a mí no soy capaz. Como tengo el plazo de un mes, he pensado en no comprarlo.
— Eso de ninguna de las maneras —Laura se pone muy firme.
Laura intuye que el origen del estado depresivo de su madre tiene que ver con sus problemas de audición. Se retrae porque no oye y se produce el aislamiento. Así no puede continuar. Necesita los consejos de un profesional: ponerse en manos de un psicólogo. Y perseverar con el audífono hasta que consiga colocárselo sin problemas.