Guillermo aprovecha para hacer un pequeño descanso en la tarea diaria. El periódico gratuito que ha dejado un vecino le va a servir para tomar un poco de aire. Allí se encuentra con una noticia que le deja pensativo. Dice la prensa que las personas con discapacidad podrán formar parte de un tribunal del jurado. Esta modificación enmendaba la ley que impedía la participación de las personas impedidas “física, psíquica y sensorialmente”. Una discriminación como la copa de un pino. La noticia explica que se proporcionarán los apoyos precisos para el desempeño con normalidad del objetivo. A él le da por imaginarse como jurado popular. Sabe que es por sorteo. Y no cree que necesite nada especial. Desde que se puso los audífonos lleva una vida casi casi normal.
A sus cuarenta años no sabe cuándo empezó a perder audición. Tiene claro que a partir de los veinte comenzaron las limitaciones. Aunque tal vez sus problemas en los estudios, que tuvo que abandonar, estén emparentados con la dificultad para captar y comprender. Ha dispuesto del tiempo suficiente para vivir en carne propia las cortapisas a las personas con pérdida auditiva para triunfar en el mercado laboral. En su caso, además, sin formación específica. Gracias a que es un buscavidas ha salido del paso en mil y un oficios. Y la construcción era uno de los lugares más comunes antes de que empezara la crisis económica.
Quizá esperó demasiado tiempo en acudir al especialista. Se imaginaba que el desembolso iba a ser grande, y que iba a necesitar ayuda familiar para sufragar el tratamiento. Al final, con un pequeño empujoncito pudo adquirir los audífonos. Desde entonces se muestra más optimista y encara la vida con otro ánimo.