Así es la vida, una sucesión de momentos tristes y felices, una noria, una montaña rusa de sensaciones. Con su vértigo, sin tiempo de descanso. Y lo malo suele venir por sorpresa, cuando menos te lo esperas. Nada hacía presagiar que ese día iba a ser distinto. La madre de Raquel siguió su rutina habitual: paseo por la mañana, para mantenerse en forma; comida en casa y sobremesa tranquila y tarde con los amigos. No alargó la reunión porque se encontraba algo cansada, como si estuviera incubando una gripe. Pensó que debía evitar, en lo que a ella correspondía, coger un resfriado. A las 23.00 horas ya estaba en la cama, tan feliz. Y con la ceremonia acostumbrada: se despojó de los audífonos y se colocó un pijama. Se apretó contra la almohada con la satisfacción de que no era necesario madrugar.
A Raquel le cuesta recordar aquellos instantes sin emocionarse. Su tío (hermano de su madre) reside en el mismo edificio que su hermana. Están muy unidos. Si no se ven al menos se llaman casi todos los días. El uno se apoya en el otro y viceversa. Por eso aquella noche, poco después de que dieran las doce en el reloj, él llamó al móvil a su hermana. También al fijo. Empezaba a encontrarse mal y no sabía qué hacer. Pero su hermana no contestaba. Estaba profundamente dormida, pero de todas formas no se hubiera enterado. Sin audífonos no oye el teléfono.
La madre de Raquel se asustó un poco cuando vio las llamadas perdidas en el móvil. Maldijo su negativa a no contar con alguna aplicación o sistema de alerta para indicar que están llamando. Su hermano no contestaba. Por fin recibió noticias. Estaba ingresado en el hospital. Él pudo llamar a Urgencias y una ambulancia le recogió en su domicilio. Nada grave, finalmente. Fue un susto. Es uno de esos momentos en que lamentó haber perdido audición.